Parece un milagro. No sabes si será el premio más grande que haya dado en toda su historia ese juego oficial de azar, pero en todo caso no crees que se encuentre muy lejos.
De primeras pasas a comprobar que lo que has visto es cierto. Una y otra vez. Hasta aproximadamente una docena de consultas y constataciones, momento en el que decides abandonar dicha revisión. No te hace falta contarlas, pero notas claramente que tu número de pulsaciones por minuto es alto. En realidad muy alto.
Intentas relajarte antes de pensar que hacer a continuación. Alargas tu respiración, te sientas de manera más confortable. Al instante comienzan a manifestarse como por ensalmo multitud de sensaciones contrapuestas: felicidad, nerviosismo, descanso, inquietud. Esas y muchas otras más. Todas ellas juntas forman una mezcla impresionante, muy difícil de explicar sólo con palabras.
Fin de la primera fase.
El siguiente paso aparentemente es sencillo pero sientes pereza sólo de pensarlo. Después de llevar a cabo todos los trámites oportunos por fin lo ves en versión real. Tu situación económica previa era más que simple: nómina, hipoteca, plan de pensiones y poco más.
Justo al día siguiente de ver ingresada esa escandalosa cantidad en tu cuenta te suena el móvil. El número es desconocido, como no podía ser de otra manera. Con gran cautela has sido capaz de guardarte la noticia, incluso en tu círculo más cercano. Finalmente decides atender esa llamada. Su saludo protocolario y posterior presentación se llevan a cabo de la manera más diligente y educada posible. De primeras te quedas sólo con lo primordial. Por ello, al haber mencionado que pertenece a tu banco de toda la vida, muestras una relativa calma mientras escuchas el resto de la información puesta de manifiesto.
Lo que te queda suficientemente claro es que no están llamando desde tu oficina de siempre. Aquella que parece un comercio del mercado de toda la vida más que un local del sector bancario. Después de cinco minutos de explicaciones genéricas, te sugiere de forma cortés pero decidida tu presencia en el edificio de Madrid donde se ubica el área de inversión de grandes fortunas. Era algo fácil de prever. De primeras te importa bastante poco. De hecho hasta te produce algo de asco que te traten de aquella manera. Pero comprendes de inmediato que para aquel hombre te encuentras a medias entre el cumplimiento de su trabajo y consecución de sus objetivos y una especie de obsequiosidad poco menos que servil.
Pese a todo, finalmente accedes a reunirte.
Tercera fase.
Varios días después tiene lugar la reunión. Pese a haberte citado en la dirección exacta del edificio de banca privada, te sorprende un tanto lo que tiene lugar a continuación. Aunque has accedido a su oficina, algo te hace sospechar que hay alguna sorpresa esperándote. Para empezar te extrañó bastante que se te convocara a una hora que bordeaba peligrosamente la cita diaria con el almuerzo general.
Después de llevar cinco minutos sentado en una sala de espera casi ostentosa, un caballero entra y pregunta por ti. En seguida reconoces su voz. Emilio es el señor con quien hablaste desde tu casa. En contra de lo que pareció por teléfono, le echas tu edad. Aunque sigue hablando de manera excesivamente formal, le concedes el comodín de la adaptación al medio. Te informa de que su jefe, el responsable de tu gestión patrimonial, se encuentra a punto de concluir la reunión que está teniendo lugar allí mismo desde hace más de dos horas.
Tras dos minutos de charla aparentemente insustancial, por fin accede aquel jefe dentro de la sala de espera. Bien vestido y con muy buenos modales, ataviado de una sonrisa un tanto profident, a primera vista crees que se encuentra más cerca de los setenta que de los sesenta años. Pero a tu juicio eso no es lo más llamativo. En seguida te sorprende otra coyuntura. Tan cerca como estáis de las dos de la tarde, en parte entiendes que aquel abuelo te proponga decididamente que sería mejor si la reunión tuviera lugar en un restaurante. Ante la indiferencia que muestras, saca al momento su móvil y marca un número.
-Carlos, muy buenas. Soy Wenceslao. ¿Tenéis hueco para comer hoy?… Somos tres… Si, estupendo… Ya sabes cuál es mi preferida… Gracias… Hasta ahora.
Poco después salís los tres de la oficina del banco. Pero no por la puerta de la calle. Bajáis al sótano y montáis en el coche del mayor de los dos empleados. Pero no es un utilitario precisamente. No lo has visto en tu vida, por lo que no puedes ponerle nombre a la marca ni al modelo. Por sana educación accedes a una de las plazas traseras.
Dejáis el parking y, mientras observas la conducción en modo autosuficiente de Wenceslao, te sorprende lo cerca que se encuentra el restaurante donde te llevan a comer. Digamos que no es un establecimiento muy visible, de esos que se perciben desde la otra acera por cualquier transeúnte. Entráis con el coche en lo que parece ser el propio garaje del edificio. Una vez en esa planta subterránea, te sorprende que no sea él quien lo aparque. Nada más acceder, salís los tres del coche y un empleado os saluda educadamente mientras ocupa el asiento de conductor, procediendo a una meticulosa ubicación del vehículo.
Una vez dentro del restaurante, vuelve a darse otra escena extraña. Más aún si cabe. Lejos de esperar en la entrada a ser atendido, Wenceslao atraviesa la sala. Emilio le sigue sin dudarlo y tú te mueves tras ellos con ciertas dudas. Más que inquietud, es la curiosidad quien te gobierna.
La cuarta fase comienza justo después de la clásica cata de vino. Un reserva de Matarromera. El mayor de los dos degusta un sorbo y da su beneplácito al sumiller. Justo a partir de ahí se suspende la cortesía y comienza el motivo real de un suceso tan particular. Wenceslao comienza a hacerte propuestas de índole financiera de lo más sugerentes. Se manifiesta de primeras como la persona más indicada para ocuparse personalmente de la inversión de tu fortuna, junto a su joven compañero de confianza. Aunque justo después de hacer explícito su interés, pasa a plantear por primera vez un pequeño pero importante matiz. Insinúa, sugiere, quiere algo así pero con una sutil diferencia. No lo llevarían ellos trabajando para el principal banco nacional en el que operan. En este caso su asesoría circularía por otros derroteros, más libre. Trabajarían mejor como socios de una pequeña sociedad limitada en lugar de como empleados de una gigantesca corporación.
Para tu mayor tranquilidad, Wenceslao te informa de que no serías el primero en encontrarse en esas circunstancias con ellos. De hecho, se compromete a facilitarte detalles concretos de otros multimillonarios clientes suyos. Incluso a poneros en contacto, si así lo permitieran.
Salvo algún pequeño detalle aclarado por Emilio, la voz cantante habla y no para de hablar alabando sus múltiples destrezas y habilidades en su sector. Al terminar la sobremesa, además de hacerse cargo de la factura, Wenceslao se pone a tu entera disposición para cualquier duda entregándote su elegante tarjeta de presentación.
Comienza la quinta fase. Ahora viene el quid de la cuestión. ¿Te imaginas cual podría ser tu impresión o valoración ante una situación propia como esta? ¿Qué preguntas y dudas te surgirían? ¿Qué harías para investigar acerca de los dos? ¿Tendrías más propensión al riesgo o preferirías inclinarte hacia un posicionamiento muchísimo más precavido? ¿O directamente no lo contemplarías más que como el correspondiente apaño de un par de ladrones de guante blanco y pura cepa?
Ten en cuenta que, como la gran mayoría de la gente, siendo sincero has de reconocer que no sabes realmente a qué sectores estratégicos podrías dirigir semejante inversión con un alto nivel de rentabilidad y una cierta seguridad.
Será que mi condición siempre ha ido en la linea de ser precavida, pero investigaría muy a fondo esta compañía y estas personas. Siempre obtendrán un gran beneficio de todo esto 😉
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Uff… vaya situación…nunca se sabe como bien dices como podría llegar a reaccionar ante una situación similar. Es el momento con el que todos hemos soñado en alguna ocasión. Yo creo que investigaría sobre ellos pero que no confiaría …
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