Aaron o la fuerza del sino

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No recordaba exactamente en que fecha tuvo lugar, si hacía dos semanas, un mes o tal vez dos. Cuando Aaron Cooper se cruzó dentro del portal de Carlos con aquella muchacha no dudó un instante en identificarla como la misma persona con la que había tenido una de esas cómicas escenas que se producían cuando dos desconocidos chocaban una y otra vez al querer retomar su marcha después de un choque fortuito.

Esta vez la vio venir a unos metros de distancia, lo justo para pasar con una separación prudencial el uno del otro. Instintivamente, Aaron aminoró el paso para evitar la coincidencia en la puerta que separaba el recibidor del portal con la zona donde se encontraban los ascensores. Aunque todo ello lo hizo sin dejar de echar el ojo a la joven. Ésta, a caballo entre un cierto rubor y un interés difícil de ocultar, le mantuvo firme la mirada al tiempo que esbozaba una sonrisa ligera pero cordial. Cuando finalmente cruzaron sus pasos, se saludaron cortésmente. Aaron no fue capaz de resistir la tentación de volver la vista atrás justo en el momento en que cerraba la puerta del ascensor. Para su gozo comprobó que la enigmática desconocida hacía otro tanto mientras sujetaba la puerta de la calle, con el fin de evitar encajarla de forma estruendosa.

No sabía muy bien como definir con palabras lo que había sentido viendo a esa mujer. Sobre todo esta última vez. Aaron recordó como su madre le preguntaba, durante la fase adolescente vivida en el instituto, si había sentido alguna vez mariposas revoloteando en su estómago. Por aquel entonces no entendió muy bien aquella expresión. Manejaba desde su infancia el castellano de un modo más que correcto, pero se le escapaban en gran medida los dobles sentidos e ironías que ella solía emplear en su lengua original. La clásica vergüenza del adolescente hizo que nunca preguntara por el significado de una expresión como esa. Curiosamente un suceso casual le retrotrajo a cinco o diez años atrás cuando despertó su interés por el sexo opuesto y le hizo comprender de forma súbita el significado de tan curioso dicho de su madre.

Tan pronto le franqueó la entrada a su casa Carlos se percató de la sonrisa inocente que su cliente traía consigo.

Queridos blogueros, disculpen la molestia

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Desde que inicié este blog me surgió una duda que se repite con cierta asiduidad. Sigo a poco más de veinte blogueros que tratan temas variopintos, todos ellos lo suficientemente interesantes como para mantener mi atención de forma desinteresada.

Por decirlo finamente, os hago saber que la gran mayoría de ellos son seguidos, leídos, contestados, tuiteados y retuiteados por decenas, si no centenares de personas. Por desgracia no es mi caso. Con toda franqueza, creo que es mejor ser honesto en lugar de soltar la clásica fantasmada al uso.

Por este motivo se me ha ocurrido retomar mi blog con un artículo especial, diferente, que probablemente requerirá ser clasificado en una nueva categoría propia y específica, con la complejidad que ello conlleva. Se trata de plantear dudas, con la peculiaridad de hacerlo sobre todo a aquellas personas que publican, con mayor o menor éxito, sus propios artículos.

Partiendo de la nada, es decir, desde la habitual ausencia de comentario o contestación alguna, cualquier cosa que se exponga como impresión, explicación o elucubración no producirá más que un curioso bienestar.

¿Cual creéis que es la sensación generalizada que tienen quienes os siguen cada vez que publicáis, ya sean blogueros o simplemente lectores? ¿Pensáis que la gente opina lo que realmente piensa u omite o camufla por contra sus impresiones, con el fin de evitar vuestra decepción o fastidio? Hilando más fino, ¿sospecháis que en algún caso se os ha dado a conocer algún bloguero a quien realmente no le interesaba lo que publicabais, vuestros temas o forma de redactar, con el único fin de promocionarse a sí mismo ante el gremio?

Entre todos los blogueros a quienes sigo se encuentran personas, o mejor dicho, escritores de toda clase y condición. Los hay que parecen estar más cerca de los veinte que de los treinta años. Los hay que prefieren narrar con sincero interés el curso de sus acontecimientos cotidianos y también los hay que disfrutan deleitando y deleitándose con su poesía o con historias cuasifantásticas. Los hay que imparten lecciones sobre temas concretos, entre la simplicidad de lo complejo y la normalidad más majestuosa. Los hay que, al escribir sus relatos, plantean preguntas poco menos que existenciales que los demás probablemente no seríamos capaces de cuestionar. Los hay que te entretienen y te dejan más que atraído desde el planteamiento de meras anécdotas.

En todo caso, sea como fuere, no puedo o más bien no debo sino agradecer su dedicación a la escritura y nuestra lectura y reflexión posterior que generan.

P.D. 1: Retomar mi blog, después de un largo trimestre disfrazado en forma de “periodo de abstinencia” en la escritura, en realidad no es más que mi forma tradicional de acabar con las excusas para volver a escribir aquello que emprendí hace casi un lustro. Para quien quiera indagar sobre este asunto, le invito a leer de forma “desinteresada” el décimo artículo que publiqué, hace casi un año. Se trata de Laura no pierde el tren. Para más señas, es el único que pertenece, de momento, a la categoría Novela. Continuará…

P.D. 2: Para mí sorpresa, finalmente el nombre de la categoría ha sido bastante más simple de lo que presumí en principio.