Juana Naranjo, pase a la sala dos. Nada más escuchar esta indicación por megafonía, Juana se dirige con paso vacilante hacia la puerta de entrada.
Por si fuera poco, su titubeo crece nada más ver a la candidata previa. Frente a su peculiar aspecto físico, caracterizado básicamente por una baja estatura y una oronda silueta, alguien se acerca hacia ella. Y no es precisamente una mujer de su mismo nivel. Se trata de una dama poco menos que escultural. Con paso firme, equilibrado. Aparentemente se siente muy segura de sí misma.
Respira hondo antes de responder, piensa Juana, justo antes de acceder a la sala.
Una vez dentro, toma asiento en la silla que se encuentra a poco más de dos metros de la mesa ocupada por tres entrevistadores. En el centro, la única mujer. Sin destacar ninguna cuestión relativa a su indumentaria, Juana sospecha que debe haber superado los cuarenta con creces. Tal vez se deba a su vestimenta, demasiado sobria a su juicio. A su derecha, un caballero de aspecto serio, al borde de la plenitud física y laboral. Como contraste, al otro extremo se ubica un joven de unos treinta años. Como resultado de su gesto y su indumentaria, Juana pronostica a vuela pluma que un sujeto como tal seguramente se hallará absolutamente encantado de conocerse.
Después del saludo protocolario, los primeros minutos son objeto de la presentación de la compañía en general y de la exposición concreta de lo que se espera de la persona que finalmente obtenga la plaza vacante.
Justo antes de concluir la entrevistadora de forma solemne su charla inicial, sus compañeros de área comienzan a alejarse de la realidad, desviándose del objeto fundamental de aquel proceso de selección.
-Joven de vida disoluta: “¡Vaya por Dios! Después del bombón de antes ahora tengo que disimular con ésta tía, haciendo como si de verdad me interesara para este puesto. ¡Joder que mierda!”
-Maduro formal: ”Por muy profesional que sea y bien que encaje para el puesto, con ésta mujer ni de coña podría ir yo a las reuniones habituales con mis clientes grandes. Los más cabronazos son capaces de reírse de mí delante de su cara.”
-Conductora de la entrevista: “A ver qué impresión les da. Por lo que he visto, currículum aparentemente le sobra. Pero le haría falta moverse con suficiente soltura ante elementos como estos dos que están entrevistando conmigo o como gentuza de la especie de nuestros clientes.”
-Juana, a continuación haznos un breve resumen de tu formación y experiencia profesional previa –solicita conductora de la entrevista-. No más de cinco minutos, por favor. Después te haremos diferentes preguntas los tres.
-Joven de vida disoluta: “No creo que sea capaz de prestarle una pizca de mi atención… ¡Me resultaría una tortura tener que andar con una tía así visitando a mis clientes!”
-Maduro formal: “Le concederé el beneficio de la duda. Pero más que nada porque está igual de gorda que mi hijita pequeña.”
-Conductora de la entrevista: “A juzgar por su experiencia y sus cartas de recomendación, debería ser la candidata más idónea. Vamos a ver cómo se desenvuelve.”
Juana pasa en ese momento a exponer de forma imposible de objetar su contrastada pericia profesional, así como sus innegables méritos personales y académicos.
-Juana, ¿qué crees que serías capaz de aportarle a esta compañía? ¿Cuáles son los puntos fundamentales de tu valor añadido como profesional de este sector? –pregunta conductora de la entrevista, al tiempo que piensa “Espero que digas algo acorde con el sentido común y con lo que se necesita para este puesto. Más que nada para que a estos dos no les quede otro remedio que considerarte en serio como una buena opción.”
-Joven de vida disoluta: “Voy a tener que examinar su solicitud. En otro caso, quien sabe… Quizá hasta podría escaparse una mente privilegiada para este negocio.”
-Maduro formal: “La verdad es que no me está dando, ni mucho menos, mala impresión en lo profesional. Aunque el tema físico es otra cuestión. Sobre todo cuando quien en realidad tomará la decisión será el puto niñato éste. Es lo que tiene depender del hijo del dueño. Aunque cumpla la mitad de mis años y no tenga ni puta idea de casi nada…”
La conversación toma diversas direcciones, todas ellas rodeando las principales vías de acceso de la demandante al cargo objeto de selección.
La escena ha concluido. Ahora comienza la reflexión.
Creo honestamente que las preguntas en un ámbito como este son de carácter concluyente. ¿Has participado alguna vez en un proceso de selección que a todas luces careciera de la objetividad mínima requerida? ¿O por contra lo has hecho siendo el sujeto preponderante del mismo, mediante un amaño previamente acordado? ¿Has notado que te prestaran más atención de la debida o que alguien te hiciera ojitos durante todas las fases? O directamente, ¿has recibido en alguna ocasión una oferta específica, muy al margen de tus aptitudes o del negocio desarrollado por la firma?
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