Radioterapia

Blog 16_Radioterapia

Siempre comenzaba después de la cena. Nunca imaginó que lo verdaderamente significativo de su vida tendría lugar en medio de la oscuridad. Aunque a diferencia de su época anterior, este si era un turno de trabajo.

Andrés inició ese recorrido varios años atrás. A regañadientes aceptó el horario nocturno, por necesidad, sobre todo con el fin de expiar un pasado que había sido lo suficientemente turbio como para huir de él.

Pese a la falta de luz, era muy diferente trabajar toda la noche conduciendo un taxi. Pasar horas y horas de jarana en jarana, escuchando música hardcore combinada con alcohol, drogas y trapicheo era duro pero no tenía comparación con casi nada.

Una vez sometido al enredo necesario para sacar beneficio de ese negocio, Andrés comenzó a claudicar ante el mal. Frente a sus buenas promesas de adolescente, entró en aquel ambiente al borde de los veinte, fundamentalmente debido a su pasión por el género musical citado. De primeras pudo compatibilizar sin grandes problemas su diversión con el trabajo de almacén que llevaba a cabo desde sus comienzos. Pero el curso de los acontecimientos manifestó de forma patente su incapacidad para seguir ese ritmo. Si quería ir a todos los conciertos posibles necesitaba dos cosas a partes iguales: dinero y energía adicional. Uno para costearse su entretenimiento, dadas sus modestas condiciones pecuniarias, y otro para mantenerse firme, luchando contra el lógico agotamiento físico.

Lejos de llegar a un acuerdo, la discrepancia entre el sentido común y la realidad de los hechos, propició una deserción rutinaria. Cuando no se inventaba una gastroenteritis o una fiebre en la consulta del médico alegaba el fallecimiento de alguien querido con motivo de su inmoderado absentismo laboral. Lógicamente al cabo de unos meses su circo se vino abajo como un castillo de naipes. Tras su enésima baja de fin de semana, un martes entró en la nave, listo para llevar a cabo sus quehaceres cotidianos. Aunque ese día no llegó ni tan siquiera a ponerse el uniforme. Nada más acceder a las instalaciones, Andrés fue llamado a capítulo por la dirección de su empresa. Cuando se disponía a aportar el justificante pertinente, el director giró su monitor, poniéndolo a su vista. Al instante comprendió a qué se debía aquella inesperada reunión. Alguien había grabado vídeos y tirado fotos con motivo de sus frecuentes cambalaches. Apartado de toda negociación, el jefe consiguió que Andrés firmara casi sin leer una carta de baja voluntaria, incluso dando el visto bueno a un finiquito que nunca llegaría a recibir en su totalidad, como represalia contra el engaño que había llevado a cabo.

Andrés abandonó las instalaciones con una sonrisa insolente, pensando a la postre que disponer de mayor tiempo libre le permitiría generar abundantes recursos económicos mediante sus chanchullos. De esta manera comenzó su particular bajada a los infiernos. Junto a Cristóbal, su mejor amigo desde la infancia, Andrés se sumergió automáticamente en la compraventa de estupefacientes. Cristóbal poseía una determinación extrema. Gracias a sus contactos, adquiridos a través del gimnasio, tomó las riendas inmediato. Como agente comercial que era, su capacidad de negociación a alto nivel estaba más que contrastada. Su hándicap se hallaba en el ámbito más terrenal: se sentía amedrentado en lo tocante al intercambio de dosis por dinero con los consumidores más destemplados. Por el contrario, Andrés se zambullía con total naturalidad en la venta en plena calle, por muy barriobajera que esta fuera. Como Cristóbal solía decir sin que Andrés le comprendiera, representaban la mejor de las sinergias posibles.

Cristóbal era tan inteligente y capaz que, a pesar de su querencia por la fiesta nocturna, también consiguió progresar dentro del mundo empresarial en un corto período. Sus capacidades negociadoras eran tales que, sin comerlo ni beberlo, de un mes para otro cambió de viajar a otras comunidades autónomas de forma esporádica a pasar semanas seguidas trabajando fuera de España.

Al comienzo de ese ascenso Andrés capeó el temporal como pudo. Las dos tareas unidas le exigían una dedicación, esfuerzo y constancia que excedía a su juicio el límite máximo recomendable en un negocio tan sucio como ilegal.

Pese a todo, Cristóbal no se desentendió por completo de su fuente adicional de ingresos. Pese a llevar varias semanas sin ejecutar el trabajo como anteriormente, seguía dando órdenes y consejos a Andrés con carácter regular. Sin lugar a dudas ello supuso que éste tomara una determinación tajante. No tenía miedo a ese mundillo. Hasta entonces no se había llevado susto de ninguna clase, pero sin duda prefería no tentar a la suerte. Las diferencias entre el puesto de gestor y administrador de Cristóbal y el subalterno suyo eran evidentes. Andrés no tenía especial interés en seguir progresando en los bajos fondos, no así como su compañero y amigo, quien periódicamente le informaba sobre el reparto previsto de las remesas provenientes de alijos dignos de consideración.

Dicho esto, dentro de su absoluta seguridad, Andrés puso fin a su experiencia en la delincuencia común. A través de su discreto email en borrador sin enviar, comunicó a Cristóbal su cese indefinido dentro de su actividad, al tiempo que reportaba la última liquidación de haberes del superior de aquel dúo. Excusando su súbita despedida, Andrés adujo circunstancias personales de gran calado, sin pormenorizar más.

Una semana después fue con su padre de compras. Aunque su último fin no era el adquirir nada en concreto. Tras la oportuna reflexión tomó la decisión de pedirle ayuda, con objeto de que su vida profesional girara ciento ochenta grados. Aunque siempre dispuso de aquel comodín, Andrés nunca había tenido en cuenta la posibilidad de pasar su jornada laboral conduciendo un taxi. Su padre, en calidad de competente administrativo de la principal asociación del gremio, no tendría reparo ni dificultad alguna en encontrar a un propietario que estuviese dispuesto a alquilar su vehículo a su hijo.

Dicho y hecho. Como condición le pusieron una regla innegociable. Su contrato nacería con horario nocturno sin cambio previsto. Al principio Andrés tuvo problemas para aclimatarse a su nueva realidad. Había pasado multitud de noches sin dormir, pero había sido en otras condiciones y por otras causas. Ahora tendría que trabajar a solas, manteniendo la precaución necesaria al volante.

Aunque no le apasionaba la idea de conducir sin luz natural, pronto comenzó a adaptarse. Como deferencia a sus clientes asumió la pauta de dejar de oír su hardcore preferido como había hecho hasta entonces. Afortunadamente apenas se acordó de ello. Andrés conoció y comenzó a disfrutar de una afición desconocida para él: escuchar la radio. Pero no se trataba de los clásicos programas de música oídos tantas y tantas veces. No era otra cosa sino las historias de personas que llamaban para narrar diferentes casos, desde unos muy insulsos hasta otros definitivamente apasionantes.

Años después de su comienzo, se produjo una anécdota más que curiosa. Andrés tenía por costumbre comenzar junto a una estación de autobuses cercana, aunque en muchas ocasiones llevaba a cabo los trabajos que le surgían a través del radiotaxi.

Aquella noche estaba siendo muy aburrida. No había arrancado el motor ni una sola vez en sus primeras horas, cuando cerca de las cinco de la mañana la comunicación habitual de su asociación le indicó la dirección a la que debía acudir para recoger a su próximo cliente. Se trataba de una recogida en la zona noble de Madrid. Hasta ahí todo era normal.

Andrés detuvo su taxi en la entrada al parking de la calle Lagasca. A continuación bajó un hombre vestido con traje y corbata. Su aspecto pulcro y aseado denotaba que aquella recogida se debía más a un madrugón que a una trasnochada. Portaba una maleta grande y un maletín de distintos materiales de calidad. Dejó su equipaje junto al maletero para que el taxista lo guardara. Fue en aquel momento, un segundo antes de que el pasajero se sentara en la parte de atrás del coche, cuando Andrés notó como el asombro se apoderaba de él. Su primer cliente no sería otro que su buen amigo Cristóbal.

Andrés cerró la puerta nervioso, sin saber que hacer ni que decir. Salió del apuro preguntando el destino sin girar la cabeza.

-¿Dónde le llevo?

-Al aeropuerto.

Durante los diez minutos que duró el trayecto no cruzaron ni una sola palabra. Pero esto no tranquilizó a Andrés. Estaba abocado a mostrarse de forma nítida ante Cristóbal, ya fuera cuando éste le pagara o cuando vaciase el maletero.

Una vez concluido el viaje, con una extraña mezcla de miedo y emotividad a partes iguales, por fin tuvo lugar el desenlace.

-Andrés… ¡No te había conocido! No esperaba… no sabía que trabajaras en un taxi.

-Hombre Cristóbal, ¡vaya sorpresa! -fingió Andrés.

-¿Qué tal te va? ¿Cómo te han ido estos años? Nos dejamos de ver, de un día para otro.

-Sí, la verdad es que sí. Lo siento. Es que…, es que no me quedó otro remedio que desaparecer por una temporada -expuso Andrés-. Tuve una enfermedad que me obligó a dejarlo todo.

-¡No jodas! -dijo Cristóbal, con gesto preocupado-. ¿Qué te ha pasado?

-Tuve un cáncer. Ya por fin lo he superado -dijo Andrés, sorprendido por su imaginación.

-¿Te operaron?

-No. Radioterapia. Sobreviví gracias a la radioterapia -mintió Andrés, conteniendo a duras penas la consiguiente carcajada.

-Ya lo decía yo. Tú eres un campeón.

Unos segundos después se despidieron mutuamente, entre una amalgama de lugares comunes, estupideces diversas y promesas imposibles de cumplir.

Una vez sentado en su asiento, Andrés arrancó el coche, mientras encendía la radio de nuevo. Su programa favorito estaba a punto de acabar. Un tipo con voz de yonqui se encontraba explicando como había sido su adicción a la droga y el posterior restablecimiento. Por un instante Andrés volvió atrás en el tiempo. Pese a que nunca había llegado a sentirse plenamente enganchado a nada, de inmediato reconoció que probablemente habría llegado a ello de no ser por el cambio radical que eligió. Su peculiar radioterapia nunca le salvaría de ninguna clase de cáncer, pero con toda certeza podía asegurar que, de no haber adquirido ese hábito, finalmente habría sucumbido ante las tentaciones de su depravado negocio nocturno.

Casualidades desde otro siglo

Blog 15_Casualidades desde otro siglo

Aquella mañana Berta subió al tren más temprano de lo habitual. A diferencia de otros días, pudo elegir su ubicación saltándose el uso cotidiano, sin que ello tuviera mayor importancia para su trayecto. Decidió sin dudarlo uno de los pocos sitios que en buena lógica permitiría su primer ejercicio de relax del día.

Sacó el libro que estaba a punto de concluir y se sumergió dentro de él. Todo siguió así hasta la siguiente parada. Fue entonces cuando el asiento de al lado fue ocupado por otra persona. Nunca había temido a los hombres que se sentaban junto a ella en el tren, pero siempre se había sentido más a gusto con compañeras de su mismo sexo, por desconocidas que fueran.

La fémina venía con su móvil en la mano, comunicándose a través de whatsapp. No obstante, poco después de arrancar el tren, la mujer guardó el teléfono en el bolso, al tiempo que sacaba su libro. Tratando de esconder su indiscreción, Berta no pudo evitar el desvío de su mirada hacia la portada del mismo, justo antes de que comenzase a leerlo. De inmediato viajó casi veinte años atrás, acordándose de su inmersión en el mundo de la lectura y de como aquel Maleficio de Stephen King comenzaba con un número extraño que de ninguna manera versaba sobre el orden del primer capítulo ni de la página en la que se encontraba. Berta recordó que, pese al notable entretenimiento que ese libro le produjo, a su juicio no tuvo comparación con los excelentes La tienda o La mitad oscura del superventas estadounidense. A esa edad ya había comenzado a preguntarse cómo narices se podría dar un paso más, aumentando el interés, la intriga y el suspense al cierre de cada uno de los capítulos, una vez avanzada la trama.

Berta concluyó el libro y lo guardó en su bolso, aprovechando ese momento para extraer los auriculares de su móvil. Seleccionó su emisora preferida, justo cuando la presentadora del programa citó a un mítico Premio Nobel de Literatura, dado que ese día se cumplía el quinto aniversario de su fallecimiento. Justo cuando la locutora nombró a José Saramago, Berta sintió de nuevo una de sus pesadumbres periódicas, al recordar la especial relación que mantuvo durante varios meses con la maravillosa obra Ensayo sobre la ceguera. Maravillosa por poner en funcionamiento una historia compleja e inimaginable, pero extraordinaria para una reflexión a un alto nivel existencial. Maravillosa a pesar de no haberle prestado una dedicación mucho más notable. Pero sobre todo maravillosa por darle nombre a una soberbia creación literaria que, por desgracia, poco después acabaría aparcando sine die sin solución de continuidad. Berta evocó por un instante aquella aciaga temporada en el ámbito laboral y como ello supuso su desconexión práctica de múltiples placeres cotidianos, por muy simples que estos fueran, entre los que por supuesto se encontraba su afición a la lectura.

Su desconocida compañera de Maleficio comenzó a leer el segundo capítulo. Casualmente también contenía en su inicio otro número. Eso sí, inferior al primero.

El programa de radio continuó dando noticias varias, pero Berta escuchó con especial atención una más que interesante. La desconvocatoria de una huelga colectiva en el sector aeroportuario rememoró el retraso que vivió una vez, mientras esperaba a que tuviera lugar el embarque de un vuelo con motivo de su trabajo. Cansada por el madrugón, después de dos horas quieta de pie, Berta tuvo la suerte de ver como una mujer desocupaba el asiento más próximo a su posición. Una vez allí sentada se percató del libro que leía el hombre sentado a su lado, con gesto de sincero disfrute. Dada su postura, Berta simuló un movimiento que le permitió conocer el nombre del título y su autor. No le llamó la atención comprobar como El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon, dejaba al descubierto la inclinación de aquel caballero por lo que, a su juicio, había sido la formidable narración del día a día, problemas comunes y conflictos de un joven, discapaz y superdotado a partes iguales, junto con los obstáculos de convivencia en la vida entre adultos.

Al terminar este flashback el tren se detuvo en otra estación. Como era costumbre, entró un puñado de gente. Pero hubo un hecho que no escapó de su atención. Una mujer de entre treinta y cuarenta años subió indudablemente compungida. Llevaba su bolso cruzado y un libro entre las manos. Pero no lo portaba de cualquier forma. Se colocó de pie, en frente suyo, a un metro escaso de distancia y abrió su ejemplar con fruición. Debía quedarle aproximadamente un cuarto del total para finalizar su lectura de una magnífica La importancia de las cosas, de Marta Rivera de la Cruz, cuando la recién llegada rompió a llorar. Lo hizo discretamente pero sin el menor intento de disimulo. A Berta le chocó poderosamente esa imagen. Se preguntó por un momento como semejante llanto parecía no ser objeto más que de un goce lector imposible de camuflar. Aunque en seguida, a modo de respuesta a sí misma se acordó de como, a esas alturas de la novela, se narraba el sencillo reconocimiento de Beatriz, la coprotagonista, en relación a su enamoramiento por el protagonista, Mario Menkell, persona tan taciturna como bondadosa.

Pero por desgracia Berta no tenía la clara certeza de esta posibilidad. Simplemente se vio a sí misma leyendo ese libro en el tren, varios meses atrás. En su caso fue un viernes por la tarde y el tren iba prácticamente vacío. Tanto fue así que Berta aquella vez no necesitó simular recato alguno.

La siguiente parada se encontraba ubicada en el acceso a un polígono industrial. Habitualmente se solían bajar en ella algunas personas, pero raro era el día que se subía alguien a esas horas. Como excepción, esa mañana accedieron al vagón un par de jóvenes, integrantes de la clase social especializada en no dejar indiferente al resto de los mortales. Pese a hallarse emplazados a dos metros el uno del otro, el más alto soltó de forma chistosa “El Juanjo, ¡a millas!”.

Berta giró su cabeza hacia el otro lado, evitando que su risa sobre el comentario de tal sujeto saliera a la luz. Pero como continuación del dicho jocoso un rápido vistazo enlazó de manera indirecta pero incontestable con lo que había pensado segundos atrás. A pocos metros a su izquierda se encontraba sentada una apuesta mujer que debía rondar los cuarenta y cinco años aproximadamente. Su porte hubiera llamado la atención para bien de no ser por que la pierna que mejor veía Berta portaba un vello que excedía con creces el estándar sobreentendido en la actualidad. Acto seguido, Berta pudo por fin comprobar que la otra extremidad de la señora se encontraba aparentemente en mejor estado de limpieza y conservación. Siguiendo con su peculiar analogía literaria, Berta dudó si la señora en cuestión habría leído la notable La soledad era esto de Juan José Millás. Le hubiese gustado saber si un lance repetitivo como la muerte esperada de un familiar cercano y longevo tendría también alguna relación con el anormal descuido que mostraba esa señora.

Sin llegar a sonrojarse, Berta recordó como ese libro de Juan José Millás, pese a haberle entretenido, tomó desde su comienzo sitio en su entorno sentimental por cuestiones distintas a lo meramente literario. Había sido su primera novela después de un largo trance personal de gran calado, de esos que nunca se podrían ignorar.

Por fin llegó el tren a la principal estación. El embarque y desembarque tuvieron lugar con la tradicional armonía desordenada. La lectora de Maleficio abandonó su asiento. Berta sonrió al pensar cómo la casualidad más natural había generado su remembranza lectora a lo largo de los últimos veinte años de su vida.

Pero no todo acabó ahí. Su asiento de al lado fue ocupado de inmediato, pero esta vez por un varón con media melena, al borde de la tercera edad. Hablaba por el móvil de forma estentórea, sin ambages. Aunque no fue esto lo que más le sorprendió a Berta. El caballero mencionado portaba sobre sus piernas una carpeta que contenía un buen taco de documentación. Hasta ahí todo normal pensó, pero lo que más le llamó la atención fue que el archivador estuviera forrado con un mapa político de la península. Comenzó a escuchar su conversación telefónica y al rato le sorprendió otra faceta de ese señor. Daba órdenes, entre la diligencia y el exceso de celo, pero sobre todo hablaba de su propio desempeño como si de una tercera persona no presente se tratara, repitiendo hasta la saciedad una expresión: el territorio. Era algo inaudito. Nunca antes había escuchado a nadie departiendo con otro sobre sí mismo de aquella manera, como si estuviese interpretando un papel en una obra o fuera objeto del endiosamiento más selecto.

A Berta no le había caído bien este individuo desde el principio, pero justo cuando acuñó su locución le vino a la cabeza su relación con el mundo de la lectura. Voy sentada a la vera del caballero del mapa y el territorio, se dijo Berta irónicamente, justo cuando se retrotrajo a la obra del mismo nombre escrita por Michel Houellebecq, que le había causado un notable desconcierto meses atrás, con motivo de una petulancia inédita hasta esa fecha.

Poco después, habiendo llegado a Sol, Berta se apeó del tren.

Pese a haber venido todo el camino sentada en el lugar más cómodo, había vivido un trayecto muy diferente al de costumbre. Divertido, emocionante, contradictorio por momentos. Sin comparación al resto.

¿Alguna vez te ha llamado la atención cualquiera de los libros leídos por gente que se encontrara cerca de ti en tu transporte diario? ¿O tal vez has visto, oído o vivido alguna experiencia que se asemejara con historias, principales o secundarias, de libros leídos por ti?

La despedida siguiente

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Pese a que recordaba lo que las dos tomaban habitualmente, el camarero les preguntó previamente cual sería su consumición.

Pues sí –comentó Carla-. El día que volvimos de vacaciones tuve que pasar por allí. Todavía no me han llamado. Espero que aparezcan mis maletas. Si no, perdería un montón de ropa y todas las compras que hice.

-¡Ojalá! Aunque si no te han llamado ya… –dijo Amanda.

Eso me temo. Los primeros días aguanté como pude, pero al final no me quedó más remedio que pasar por su casa a llevarme muchas de las cosas que me quedaban allí.

-Supongo que no le verías, ¿no?

-Eso creía yo. Pero al final apareció allí poco después.

-¿Y qué te dijo? -preguntó Amanda, intrigada.

-Nada. Tan pronto me vio se puso a llorar como una Magdalena. Apenas pudo hablar conmigo.

-Por tanto, imagino que no le contaste nada.

-Sólo me dijo que esa semana tendría turno variable, porque varios compañeros estaban de vacaciones.

-Entonces, ¿no has vuelto a saber nada de él?

-Pues… sí. Volví a pasar por su casa unos días después, a finales de esa semana. ¿Te acuerdas del cambio brusco de temperatura que hubo esos días, antes de que acabara el verano? –preguntó Carla.

Sí.

-Pues resulta que yo no tenía casi nada de manga larga. Tan solo un par de blusas. Ni una chaqueta de entretiempo, ni un jersey de lana.

-¿Eso quiere decir que ya no te queda nada allí?

El singular gesto mostrado por la cara de Amanda adulteraba la formulación de aquella pregunta, categórica a todas luces.

-Bueno… Este lunes pasé por allí de nuevo. Se me había roto el secador de pelo que me llevé semanas atrás. Por eso no me quedó más remedio que ir a recoger el que me quedaba en su casa. Aunque era antiguo, fue el que llevé allí cuando empecé a vivir con él.

-Dime que él no estaba –pinchó Amanda.

Sí que estaba, sí. Aunque ese día lloró mucho menos. Hablé un ratito con él.

-Supongo que ya no volverás a verle, ¿verdad?

-Pues no sé. Quizá tenga que ir este fin de semana por allí un momento. Pero tranquila, que tiene su explicación. Sólo será por el informe que debo entregar la semana que viene –aclaró Carla.

Carla, ¿para qué te has separado de él? O más bien, ¿por qué? Sabes de sobra que ese fichero te lo puedo pasar yo cuando me lo pidas.

-Ya lo sé, pero… ¡No quiero ponerte en ese compromiso! –contestó Carla, eximiéndose de toda culpa.

La incisiva mirada de Amanda propició que su amiga tratase por todos los medios de escurrir el bulto generado con su relato. Incapaz de cambiar de tema, Carla optó por echar tres terrones de azúcar dentro de la taza que contenía su clásico café manchado.

Hacía ya rato que Amanda había terminado su solo doble. Con sabor amargo, tal y como era su costumbre.

¿Con coma o sin ella? Todos los equipos derrotados

 

Lunes por la mañana. Se veían caras largas por doquier. La oficina mostraba una imagen casi sepulcral, simulando desde un tanatorio para quienes mejor lo habían pasado hasta un monasterio de clausura para los que directamente tuvieron alguna incidencia o altercado.

Pero para explicar todo esto conviene que retrocedamos en el tiempo al viernes anterior. O para ser más exactos, a un mes atrás.

Con motivo del excelente resultado económico que la empresa había obtenido por quinto año consecutivo, el gerente había planteado no sin ciertas dudas al dueño de la empresa la posibilidad de costear a todos sus empleados un fin de semana de ocio rural. Desde su perspectiva más objetiva, la actitud de los trabajadores, su asombro y desconcierto solaparon desde el comienzo las supuestas intenciones benévolas de los peces gordos de la compañía. No se entendía por que motivo habían planeado esta vez un gasto más que prescindible, con la intención de promover la mejor convivencia de todo el equipo.

Guardando el mayor secreto posible, los dos superiores hicieron llegar a sus empleados la convocatoria formal vía email. La gran mayoría de los súbditos confirmaron con desgana su asistencia a las jornadas de ocio y disfrute, según habían bautizado los jerarcas su plan. Tan solo hubo tres bajas de los treinta y dos que conformaban la empresa. Una de ellas fue a causa del parto próximo que tendría la recepcionista y otras dos con motivo de las diferencias irreconciliables que habían distanciado a los empleados más antiguos de la empresa con sus principales dirigentes.

De esta manera, sin haber recibido información o dato alguno más que la ropa que sería menester, por fin llegó el dichoso¹ viernes. La mayoría de los asistentes se quedaron sorprendidos al ver a seis personas portando cada uno su bandera y varias camisetas. Junto a los dos superiores, casualmente el resto de organizadores eran cuatro de los aduladores más casposos de la compañía, que llevaban la equipación de su color propio, distintos todos entre sí. Además de las bolsas de enseres, los seis manejaban un pequeño listado. Esas hojas no contenían otra información más que la relación de componentes de cada equipo.

A medida que fueron apareciendo los empleados, los grupos cobraron cuerpo de forma sucesiva. Pero sin duda todos los colores coincidieron apreciando una situación destacable: ninguno de ellos se había compuesto por personas que tuvieran una excelente relación entre sí. Más bien todo lo contrario. Se daba, en casi todos los casos, desde la concurrencia de compañeros que se manejaban con serias discrepancias en lo profesional hasta la animadversión más explícita.

Finalmente cada equipo se dirigió hacia los monovolúmenes alquilados, por supuesto cada uno del color del grupo ocupante. Los responsables conducirían hacia un lugar desconocido para los demás.

Se trató de un viaje más corto de lo previsto por la mayoría. Los seis coches llegaron prácticamente al mismo tiempo. Las casas rurales estaban ubicadas dentro de la misma parcela, muy próximas unas a otras. Todas compartían una estupenda zona común equipada con barbacoas, mesas de madera con asientos y columpios varios.

Los dos organizadores dieron una charla breve y superficial sobre el plan de actividades y sus horarios previstos. Para comenzar el fin de semana, esa tarde después de la comida y la siesta pertinente se podrían desplazar hacia las afueras del pueblo donde tendría lugar la clásica batalla de paintball entre grupos. Justo antes de comenzar este juego se efectuó el sorteo con un dado para determinar las eliminatorias que se disputarían previamente a la final entre los tres equipos ganadores. La mayoría de los asistentes se percataron de una circunstancia pormenorizada. Había el mismo número de colores que de grupos, pero cada uno de éstos sólo podría portar el suyo propio para luchar contra sus adversarios.

Una vez concluida esta competición, y siempre dentro del silencio más satírico, a nadie le extrañó que casi la totalidad de participantes hubiese recibido de manera fortuita una mayoría aplastante de bolazos de su propio color.

La jornada siguiente continuó con dos ejercicios matinales a elegir. Los organizadores habían reservado el número suficiente de quads y travesías por tirolinas para que cada uno eligiera a su antojo. Aunque tal y como estaba previsto, fueron pocos los varones que soltaron adrenalina cayendo por el aire y menos aún las damas que escogieron las motos de cuatro ruedas. Digamos que tan sólo fue una, pero no una cualquiera. En contra de lo habitual, a la joven referida le apasionaba la velocidad más que cualquier otra cosa y gozaba de una fuerte tendencia a la conducta vertiginosa al volante. Es muy probable que esta circunstancia potenciara el pique entre los dos compañeros más intrépidos, pero lo que quedó claro a todas luces fue que la monumental costalada contra un árbol que se dio uno de ellos fue lo que provocó que aquel hombre concluyera antes de tiempo el ocio rural en grupo. Una noche en urgencias y dos costillas rotas después, el desdichado compañero retornó a su ciudad en solitario, después de pedir por teléfono a su jefe que por favor hiciera acopio de las escasas pertenencias que había llevado a la casa rural. Un hecho serio como éste no fue óbice para que el protagonista lesionado se convirtiera en objeto de mofa de la mayoría, desde las simples chanzas hasta la socarronería más corrosiva.

Después del almuerzo y el correspondiente descanso, la tarde empezó sin plan establecido. Casi todos descansaron en sus habitaciones. O más bien trataron de descansar. Si no pudieron hacerlo como hubieran querido no fue por otra cosa que por el cúmulo de bromas y chascarrillos contados a voz en grito por media docena de compañeros, la mitad de cada sexo. La tarde pasó sin que hubiese ningún hecho o suceso digno de mención. Cuando terminó la cena, los integrantes de la mesa se reagruparon de nuevo en torno a sus personas de confianza, obviando por supuesto el trato con los componentes de su color una vez cumplidas las pruebas establecidas por los organizadores. Aunque ante los ojos de cualquier observador se daría a continuación un hecho que no pasó desapercibido para nadie. El frío y las ganas de fumar hicieron que el mencionado sexteto se dividiera en dos bandos, permaneciendo una fémina entre sus dos compañeros predilectos a la intemperie. El exceso de alcohol contribuyó acto seguido al traslado del trío hasta el columpio más cercano. Nada más sentarse ella, uno de los dos dijo como excusa que debía ir al baño a orinar, para lo que se dirigió hacia su casa, haciendo eses ostensiblemente. Pasados los cinco minutos de rigor, éste volvió a salir a la calle. Además de sus mejores amigos del trabajo, había en el porche más de diez fumadores empedernidos conversando sobre temas más absurdos que interesantes. Cuando por fin tuvo los arrestos necesarios, decidió acercarse hacia su amigo y su amiga con ganas de salir de dudas. Para bien o para mal sus suposiciones se confirmaron de inmediato. La pequeña multitud dentro de aquel trío estaba representada indudablemente por él. Y no fue esto objeto de ninguna sospecha ciega, sino producto de la rápida fuga que intentó aquella pareja, dirigiéndose cogidos de la mano hacia el calor interior de alguna de las casas. Cerca del grupo de fumadores, acompañados por el tercero en discordia, éste detuvo a la pareja con gesto grave y una vez comprobado que sus manos se hallaban separadas estampó un notable derechazo que tumbó a quien lo recibió, perdiendo el conocimiento al instante. A excepción de los dos jefes principales, todos los allí presentes se ocuparon del cuidado del compañero agredido hasta que unos minutos después por fin recobró el sentido.

No hubo acuerdo alguno entre todos los demás sobre cual había sido el disparate causante de aquella agresión. A unos les fastidió que ninguno de los dos capos de la empresa movieran un solo dedo después de aquella trifulca. Pero absolutamente todos se extrañaron del mamporro ocurrido entre los dos mejores amigos que había dentro de la compañía. Durante el resto de la jornada ya no se volverían a ver. Ni que decir tiene que no habían sido agrupados previamente dentro del mismo color.

La jornada del domingo comenzó más pronto de lo previsto. Pero no por las típicas actividades a realizar en grupo al aire libre sino por el prematuro abandono que protagonizaron diez personas. Sin dar más explicaciones a sus jefes, incluso sin pactarlo de forma manifiesta, el ruido de salida provocó un temprano despertar de casi todos los que iban a permanecer allí el último día.

Ante la insistencia de los más pelotas, el grupo discrepante se marchó de aquel lugar cuando llegaron los tres taxis solicitados previamente. El agresor físico, tremendamente avergonzado porque su gota colmara finalmente aquel vaso, también montó en uno de esos taxis.

Carente de interés, la mayoría de los que permanecieron allí declinaron participar en más ejercicios. Los jefes confirmaron la vuelta a casa justo después de la comida y su correspondiente entrega del premio al conjunto ganador del fin de semana.

Una vez terminada la comida, comenzó la esperada entrega de premios.

-Y el equipo que más puntos ha conseguido es… el mío, ¡el azul! -anunció con grandilocuencia el dueño de la empresa.

Al momento se acercaron las otras dos personas de ese grupo que habían permanecido allí. Ambos recogieron un sobre que contenía invitaciones para dos comensales a uno de los restaurantes más pintones de la ciudad.

Cuando los dos ganadores abrieron sus sobres, cada uno reaccionó de una forma. Ella mostró su júbilo ante un premio que, en condiciones normales, nunca se hubiera podido permitir. Sin embargo él sonrió de forma protocolaria. “Todos los equipos, derrotados”, pensó irónicamente mientras recibía besos y felicitaciones.

dichoso¹: Si, no se trata de un error. Tal vez recuerdes haber leído esta palabra al comienzo del artículo. Si hago mención ahora no es más que por dejar claro que soy consciente de la total diferencia entre sus distintas acepciones y que con esa ambigüedad hice uso de ella. Dejo por tanto su interpretación a gusto del lector.

Luces, cámara,… ¡a la -ción!

Blog 12_Películas de cine a la misma hora

Sí, lo habéis leído bien. Ya sé que el dicho clásico y facilón del cine es diferente, pero en todo caso creo que cuando hayáis leído este artículo comprenderéis lo que a buen seguro os habrá llamado la atención en el título.

Por razones que expondré al final voy a hablaros de cuatro películas. Todas vieron la luz en la década de los noventa. No se trata de un género romántico, ni de comedias sencillas precisamente. En las cuatro creo que la palabra principal de su género sería en todo caso la intriga, ya sea por vía dramática o mafiosa. Eso sí, cada una en su justo término. Se puede matar y, por tanto, aumentar la tensión desde un punto de vista de absoluta cotidianidad y simplicidad o bajo un nerviosismo poco menos que insoportable.

Los cuatro filmes son Tesis, Atrapado por su pasado, Uno de los nuestros y Cadena perpetua. En todo caso prefiero avisaros antes de comenzar. Si alguno de vosotros no hubiese visto cualquiera de estas películas y quisiera hacerlo, no me leáis. O mejor aún… leedme y tomaros después tantas copas como sean necesarias para que al día siguiente la resaca gobierne vuestra mejorable memoria reciente y no recordéis los detalles concretos más sustanciales que expondré a continuación.

Iniciación:

Tesis significa iniciación en varios ámbitos. Por un lado se trató del primer largometraje de un jovencísimo Alejandro Amenábar, con veinticinco años en su primer estreno cinematográfico. Además, el asunto principal de la película conlleva la indagación de una estudiante, en plena fase de investigación para su tesis doctoral, que desata accidentalmente su búsqueda de la verdad en un contexto sucio y macabro.

En Atrapado por su pasado, nos encontramos con un inicio tan soberbio que, sin ser un hecho cualquiera el que ocurre en ese instante, la película atrapa desde el primer momento con tanta intensidad que se te olvida lo que ya has visto. Un par de minutos después, comienza a contarse la historia de Carlito Brigante, desde su salida de la cárcel, tratando por todos los medios de mantenerse al margen de la mafia con la que ha convivido desde su juventud.

En Uno de los nuestros el comienzo muestra de forma inequívoca por donde se moverán los derroteros de la vida del protagonista. Henry Hill (en la película, ya de adulto, Ray Liotta) comenzará a desarrollar la obediencia debida al clan italiano con el que crecerá como persona y como criminal.

Por último, en Cadena perpetua, el inicio comienza por el final. Pero no es el final de la película, ni un final cualquiera, sino el final de su vida en libertad. Andy Dufresne (Tim Robbins) es condenado a cadena perpetua supuestamente por el asesinato de su esposa en su propia casa.

Duración:

Desde la más corta, Tesis, a la más larga, Uno de los nuestros, hay algo menos de media hora de diferencia.

En el caso del Amenábar más novel, desde el primer momento me sorprendió que su primera película superara con creces los cien minutos de rigor establecidos tácitamente en el cine de nuestro país. Dicho ésto, creo que su película en ningún momento se hace pesada en las dos hora y cinco minutos, generando y manteniendo la tensión desde bien pronto.

Las otras tres, pese al estar muy cerca de las dos horas y media, para mi gusto mantienen con creces el interés necesario para llegar al final del metraje con plena atención.

Narración:

La voz en off conduce de manera formidable las tres películas estadounidenses. Como particularidad sólo decir que en Cadena perpetua el conductor de la narración no es el personaje principal, como ocurre en las otras dos películas y en la mayoría de las que emplean la voz en off como herramienta conductora.

Por establecer una diferencia más entre las tres, yo diría que en Uno de los nuestros el tono primordial es el narrativo, mientras que las otras dos se mueven a medias entre la narración y la observación, teniendo esta última a mi juicio más peso en Cadena perpetua que en Atrapado por su pasado.

Sin embargo, en Tesis la historia de comienzo es bastante más concisa. Desde bien pronto comienzan a generarse de forma directa o indirecta las intrigas que gobernarán el resto de la película.

Acción:

En este caso creo que se da una superioridad incuestionable de Atrapado por su pasado y Uno de los nuestros. Esto no quiere decir que en las demás no haya ninguna acción. Simplemente las maniobras que encontramos en el guión generan una evolución diferente. Dicho esto, a su vez habría que reconocer que el misterio conducirá la historia en Tesis y que la dramática exposición de la realidad gestionará de forma sosegada durante la primera hora y media Cadena perpetua, hasta que tenga lugar el punto de inflexión en medio de una comida rutinaria dentro de la cárcel. Este hecho provocará un incremento instantáneo de la intensidad narrativa en la película de Frank Darabont.

Volviendo a las dos primeras que he citado en este apartado, yo establecería una diferencia esencial entre ambas. En Atrapado por su pasado el protagonista se ve inmerso en una maraña, mientras intenta redimir su oscuro pasado. Sin embargo, en Uno de los nuestros asombra sin duda la cotidiana gestión tanto del trapicheo de mercancías como directamente del asesinato, siendo ambos aspectos un elemento tan frecuente que hasta llegan a parecer mas de un perfil casi burocrático que criminal.

En Cadena perpetua hay poca acción, o la que hay no es especialmente inquietante, tal vez por el hecho de que está ocurriendo dentro de una prisión. Sin embargo en Tesis la acción encadena en multitud de escenas estresantes, teniendo para mi gusto como techo el apagón de la luz en el sótano de las cañerías (parecido a un túnel) donde se quedan a oscuras Ángela (Ana Torrent) y Chema (Fele Martínez). En los minutos finales de la película se da una extraordinaria situación. Cuando el asesino confeso de las snuff movies objeto de la trama reconoce los hechos, en el momento previo a la preparación de su próxima víctima y la correspondiente grabación, ella cita una frase corta, mitad serena y mitad trémula: “Me llamo Ángela. ¡Me van a matar!”

Convicción:

En Tesis la muerte en extrañas circunstancias de su coordinador de la tesis es lo que desencadena la determinación de Ana por saber si sus sospechas tienen fundamento.

En Atrapado por su pasado Carlito Brigante cree haber pagado por sus errores en su estancia en prisión y tiene la firme voluntad de obtener el dinero necesario para huir de un entorno sórdido como aquel.

En Uno de los nuestros, debido a la absoluta disparidad de criterios entre su padre y él, Henry Hill descree sobre la idoneidad de los consejos paternales en lo relativo a su trabajo y al grupo al que sirve, perdiendo finalmente todo interés hacia su progenitor en plena adolescencia.

Por último, en Cadena perpetua la completa seguridad de su inocencia va perdiendo fuerza en Andy Dufresne de forma paulatina durante las dos primeras décadas de su permanencia en la prisión, antes de que aparezca el personaje secundario que desata el giro insospechado de la trama.

Redención:

En lo referente a esta sensación, no haré mención alguna sobre Tesis. Tal vez únicamente podríamos hablar de la pelea final de la película, en la que los protagonistas luchan con determinación, tratando de salvar sus vidas.

Sin embargo, en las otras tres películas, hay distintos ámbitos de salvación. En Atrapado por su pasado el personaje de Al Pacino cree que su fase más sucia ha expirado tras su paso por la cárcel, aunque el desarrollo de los hechos posteriores irá complicando su situación paulatinamente desde el minuto cero.

En Cadena perpetua el afán de Andy Dufresne por rescatar la verdad pierde tanto calibre que lo que se desata en el último tercio del film supone una sorpresa sobresaliente, difícil de imaginar con anterioridad.

Por último, en Uno de los nuestros, creo que no se debería hablar de liberación como tal. Únicamente mencionaría la escena en la que Ray Liotta y su esposa son interrogados por el FBI. Como matiz podríamos decir que, para Henry Hill, admitir su culpa frente a los investigadores de la administración americana carece de cualquier otro sentido más que el de salvar su pellejo y el de su familia a toda costa. Como coletilla a esto, recomiendo prestar especial atención a la escena de Henry en el juicio, ante sus amigos de toda la vida, en el instante en que reconoce su culpabilidad con cara circunspecta. No sabría donde ubicarlo exactamente pero en todo caso se hallaría a medias entre la humillación, la indignidad y el bochorno más absoluto.

Atracción:

En Tesis, parece indudable que la atracción física que ejerce Bosco (Eduardo Noriega) sobre Ángela tiene por objeto potenciar la ambigüedad calculada como uno de los motores secundarios de la trama.

En Atrapado por su pasado Al Pacino vuelve a ver a la que era su novia antes de entrar en prisión y se interesa de nuevo por ella. Sin ser éste un elemento crucial en todo el desarrollo, sin duda no hace sino afianzar su deseo de escapar de su ciudad y de su pasado.

En Uno de los nuestros, al margen del morbo, inclinación y necesidad del estraperlo, el personaje de Ray Liotta destaca sobre todo en su afición por la lujuria y el desenfreno lejos del matrimonio.

En Cadena perpetua, citaría por poner un ejemplo tanto el interés sexual que levanta Andy en otros presos como su capacidad para ser gestor, administrador de patrimonios y contable (¡maldita contabilidad!), explotada en extremo por el inefable director de la prisión para sus chanchullos personales.

Ocultación:

Extraordinario y emocionante proceso destapado en la parte final de Cadena perpetua.

También cobra esta cualidad cierto sentido en Tesis, dada la incertidumbre generada sobre la inocencia o culpabilidad de los dos secundarios principales.

A mi juicio, no hay mucho que hablar en este tema ni en Atrapado por su pasado ni en Uno de los nuestros.

Deleitación:

Es decir, deleite puro y duro. Aunque siendo sincero no establecería a las cuatro películas a este mismo nivel. Las tres americanas, para mi gusto, se encuentran más cerca del umbral de la maestría en el cine que la ópera prima de Amenábar. Dicho lo cual, recomiendo sinceramente a quien no haya visto Tesis que emplee dos horas en ella de manera decidida. Sin duda creo que lo disfrutará.

Hasta aquí ha llegado el análisis y la reflexión.

Acotación:

Ahora comienza el momento de explicación sobre cuál ha sido el motivo de hablar de estas cuatro cintas en concreto. El pasado mes de agosto, durante las vacaciones y sin tener conocimiento de ello, pude comprobar casualmente que estas películas se estaban emitiendo en prime time al mismo tiempo en distintas cadenas. Tanto mi mujer como yo ya las habíamos visto todas, dos de ellas cerca de cinco veces, las otras al borde de una decena en mi caso. Fue por este motivo por lo que se dio una paradoja que no se si habréis vivido alguna vez. Conociendo la evolución inmediata de cada una de ellas y en otras ocasiones con motivo de los dichosos anuncios publicitarios, no fui capaz de evitar el cambiar permanentemente de una cadena a otra sin durar en ningún caso más de cinco minutos viendo la misma película. Pero esto, no sólo no me puso en tensión ante la conclusión de cada una, sino que se convirtió en una forma desconocida de goce frente al televisor.

Acotación 2:

Hasta ahora no había hecho referencia alguna sobre un secundario de lujo en una de las cuatro películas. Como curiosidad confieso que la primera vez que vi Atrapado por su pasado me percaté de la figura de Sean Penn prácticamente al final. Espero coincidir con muchos de vosotros sobre su colosal interpretación de un abogado que condicionará y de qué manera el devenir de Carlito Brigante, debido fundamentalmente a su notoria enajenación mental, producto entre otras cosas por su adicción a la cocaína.

Acotación 3:

Si al inicio de esta lectura te planteaste qué narices podía significar el término del título (¡a la -ción!), creo sinceramente que al final habrá quedado suficientemente claro.

Acotación 4:

Siguiendo con la finura, medio idiomática y medio analítica, en este curioso artículo las acotaciones no son otra cosa más que mi posdata empleada ocasionalmente.

Sí. Bueno sí, ¿no?

Blog 11_Rueda de prensa

Los que se encontraban en la sala se miraron entre sí, casi atónitos, mostrando con sus gestos desde una notable perplejidad hasta un estupor poco menos que absoluto.

Algo así se podía sospechar de un personaje como aquel. Sin embargo casi nadie se hubiera imaginado que un acto formal y protocolario se fuera a convertir en noticia de portada debido al esperpéntico episodio vivido durante el clásico encuentro de su actor principal frente al mundo del periodismo.

Debido a su flamante fichaje, Román Jiménez se había presentado a media mañana en el club con objeto de pasar el pertinente reconocimiento médico y firmar del contrato, antes de que tuviera lugar su presentación oficial ante los medios. Era su primer gran contrato. Tenía diecinueve años, pero ya llevaba dos temporadas jugando a un excelente nivel en un equipo de otra parte del país, de aquellos que se habían acostumbrado a vivir siempre en la parte baja de la tabla de clasificación. Su contrato anterior, pese a que no supuso una fortuna multimillonaria, le hizo acostumbrarse a ciertas comodidades que diez años atrás hubiera dado por imposibles de conseguir en el hogar de sus padres: un cuarto de baño dentro de la habitación principal, un garaje dentro de su mismo inmueble o una mujer contratada para limpiar su casa, por poner ejemplos.

Román había visto por televisión en numerosas ocasiones muchos actos de bienvenida organizados por el que iba a ser su nuevo club. Pero siempre le habían parecido más que aburridos. Ya fuesen futbolistas de una posición y un perfil más discreto u otras estrellas rutilantes, todos y cada uno de los que habían pasado por actos como los que tendrían lugar aquel día solían mostrarse muy callados o precavidos, en ocasiones hasta excesivamente timoratos. Pero él sin duda no daría esa sensación.

Con toda decisión, Román dejaría su impronta en el acto de presentación y su posterior rueda de prensa, dando lecciones ante las cuestiones planteadas por todos y cada uno de los periodistas. Pero para ello necesitaría encontrarse en su salsa. Y como sin duda lo mejor sería acudir bien acompañado, decidió no aparecer allí únicamente junto a su agente en la jornada que había marcado en rojo en su calendario. Su representante, poseedor de un carácter más que singular, tenía un don de gentes sin parangón. Fulgencio Dobarro sabía tratar con la misma destreza tanto a los mandatarios de los clubes más curtidos como a los jugadores provenientes de las zonas más marginales de todo el país.

Fue por esto que aquella mañana, nada más recogerle Fulgencio en casa de sus padres, Román avisó por whatsapp a su grupo de amigos de toda la vida. Les dijo a que acudieran juntos a la entrada en coche al estadio y que le esperaran allí. Ante la insistente curiosidad de su representante, Román le dio a conocer lo que había previsto.

-Mis colegas del barrio van a entrar conmigo. Me da igual como te lo tomes -soltó el joven jugador, cortando de raíz la posible objeción de Fulgencio.

Román había mantenido el contacto con ellos de forma periódica desde que inició la primera temporada fuera de su ciudad de siempre. Pero fue a principios de aquel año cuando la comunicación con sus colegas del barrio se estrechó más todavía. Y no fue con motivo de su magnifico rendimiento deportivo. Su nombre e imagen habían salido a la palestra fuera del ámbito futbolístico a partir del comienzo de su relación con una joven modelo. Hasta ahí todo normal, dirían muchos, si no fuera porque la fémina referida no había cumplido su primer año de matrimonio, con el hijo mayor del mandamás de su equipo anterior, antes de que saliera a la luz el típico escándalo de infidelidad entre famosos.

Lejos de abochornarse y pedir perdón, Román sacó pecho desde el primer momento en que su affaire tuvo repercusión mediática, llegando incluso al intercambio de mamporros con uno de los miembros familiares del dueño de su club, una vez tuvo lugar el consabido divorcio. Para bien, su juego se encontraba a tal nivel que ni una disputa de ese calibre consiguió frenar el meteórico ascenso de su caché profesional. Para mal, Román se había convertido, como siempre en esos casos, en un protagonista más dentro del mundo del papel cuché.

Comoquiera que este caso le había hecho subir otro peldaño en el escalafón de la popularidad, semejante salto cualitativo en su condición de famoso había establecido como norma no escrita la presencia de la prensa rosa en todas sus apariciones en los medios de comunicación.

Dicho todo esto, por fin llegó el culmen del día.

Una vez pasado el reconocimiento médico y firmado el contrato, Román accedió a la conocida sala plagada de personas, cámaras y micrófonos de manera exultante, portador de toda la prestancia debida ante un evento como tal.

Desde su primera cuestión respondida dejó bien a las claras algo que se sospechaba desde hacía tiempo por casi todos los miembros del entorno deportivo de la ciudad. El rendimiento que había mostrado desde el comienzo de su carrera se encontraba tres o cuatro galaxias por encima de su característica ignorancia a la hora de manifestarse ante los medios. Pero no fue hasta la primera pregunta del mundo del cotilleo cuando se desató uno de los capítulos deportivos más surrealistas que los allí presentes habían presenciado en toda su trayectoria profesional.

Una periodista rosa de la cadena de televisión que gestó el mundo de la telebasura dos décadas atrás fue la iniciadora.

-Román, ¿vivirás aquí en la capital con tu novia, la modelo Esther Sanidri?

Justo antes de responder con su sempiterna ineptitud, sus amigos de toda la vida emergieron en un santiamén, subiendo los cinco literalmente a la mesa donde se encontraba Román junto al jefe de prensa del club, antes de que el jugador contestara sobre aquel asunto.

-¡Picha brava, picha brava es, es! ¡Picha brava, picha brava es, es! -soltaron a gritos sus compinches, frente al pasmo general.

Justo antes de que el revuelo provocado desencadenara su inmediato desalojo por parte de los miembros de seguridad del club, Román alzó su brazo con el fin de silenciar de inmediato a sus compañeros de correrías.

-Sí. Bueno sí, ¿no? -dijo Román, con su habitual torpeza, sentando cátedra ante sus queridos amigos de toda la vida.

Laura no pierde el tren

Blog 10_Laura no pierde el tren

Se metió en la cama agotada físicamente pero liberada en lo anímico. Mañana a esta hora todo habrá pasado, se dijo a sí misma justo antes de apagar la luz.

La jornada maratoniana tuvo un doble efecto en Laura. Por un lado facilitó el rápido acceso a un sueño aparentemente reparador. En contra de su costumbre, Laura se despertó para ir al baño a orinar a media noche. Evitó el tener que encender la luz para no despertarse el rato que permaneció dentro del lavabo. Una vez acostada de nuevo cerró los ojos, convencida del sosiego que sentiría al perder de nuevo la consciencia.

Lo que en condiciones normales solía ser un periodo de descanso reconfortante se tradujo en una escena como mínimo inquietante. Pese a que era mediodía, el sol perdía fuerza de manera inexorable. Ella acababa de aparcar el coche entre dos árboles, junto a un parque verde. Comenzó a andar por el camino, pero en lugar de pasear por el campo optó por una opción insólita. Frente a los jardines había un edificio de tres alturas, dotado de hermosos detalles arquitectónicos que le hicieron sospechar que no se trataba del clásico bloque de viviendas. Sin duda no se trataba de un bloque de viviendas cualquiera. Tras cruzar el umbral de acceso observó como el amplio vestíbulo albergaba múltiples salas, todas ellas con un curioso cartel a modo de presentación. Se dirigió hacia su izquierda. A escasos metros de la primera vio lo que había escrito en la cartulina allí expuesta. Junto a una foto sugerente leyó un nombre. Perla Bustos. Se dio cuenta de cómo salían algunos de aquella estancia. Andaban callados, con cara de enorme tristeza. Incluso lloraban desconsoladamente los más afligidos.

Continuó deambulando, aproximándose hasta la siguiente habitación. A dos metros del cartel se detuvo a ojearlo. Esta vez no había foto, pero el nombre si le llamó atención. Laura Vela. Decidió entrar con prudencia. De forma rectangular, probablemente mediría cerca de cien metros cuadrados. Había muchos asientos vacíos y diez o doce personas de pie, junto a una ventana. Se fue acercando de manera resuelta hacia el cristal que se ubicaba junto a la otra puerta. Aprovechó la conversación mantenida por el reducido grupo para entrar en el cuarto. Se detuvo a medio metro de un féretro ocupado por una mujer de mediana edad. Ocupado por Laura Vela. Ocupado por ella misma. No sintió nada parecido a la congoja al verse tumbada en el interior del ataúd, con la cara más plácida que recordaba haberse visto. Continuó medio minuto dentro de la pequeña estancia hasta que decidió salir.

Lo que de primeras le pareció una mínima cantidad de gente reunida ahora se había transformado en un notable colectivo de sujetos en acto de presencia. De un rápido vistazo reconoció a su hermano. Paradójicamente, Carlos estaba sentado junto a la entrada, en solitario, interpretando el papel residual de un ambiente indolente en exceso. Sin embargo, él lloraba desconsoladamente. Nadie le prestaba el más mínimo interés, ni le decía nada para consolarlo. Ella se acercó poco a poco hasta él, con ganas de abrazarle y aliviar su pena. Pero en contra de lo que hubiera deseado, Carlos no reparó en su presencia.

A medio camino entre el ataúd y su hermano se detuvo cuando observó cómo entraba un hombre que le resultó especial. Alto. Muy alto. Pero también barbudo y andrajoso. De repente vio cómo se unía a su hermano en un cariñoso abrazo. Era Javier. Fue el único que le prestó la debida atención. Javier tampoco se percató de su presencia, a pesar de hallarse a escasos metros de distancia. Cansado de estrujar con sus brazos a Carlos entre lloros, Javier se adentró en la habitación donde yacía el cadáver.

Si algo hizo que Laura se despertara de inmediato, sudando, producto del susto final de aquel sueño no fue otra cosa más que el grito descomunal y desgarrador con el que Javier rompió su quietud. Laura se levantó de la cama, con una viveza incontenible, presa de la taquicardia. Extrañada y asustada. Muy asustada.

Faltaban minutos para llegar a las cinco de la mañana. En el lavabo Laura se mojó la cara a discreción, tratando de salir del aturdimiento que le había generado aquella inverosímil situación presenciada sin querer, con los ojos cerrados.

La evolución, el razonamiento y sus pequeñas cabecitas

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Este año es mi primer curso del colegio. O al menos eso es lo que me dicen mamá y papá. Al parecer, cuando ellos eran pequeños todos los niños pisaban por primera vez la escuela justo a la edad que yo tengo ahora. Sin embargo, a mis años yo tengo más experiencia. Mucha más.

El primer sitio en el que estuve fue una guardería infantil. No se cuanto tiempo fue, pero recuerdo que entré antes de empezar a andar y que, cuando salí de allí, ya corría un montón. Después estuve un tiempo en otro sitio, con distintos compañeros. Aquí las cosas funcionaban de otra manera, supongo que porque ya éramos más mayores.

El caso es que, desde que empecé el curso este año, hay una cosa que me gusta mucho hacer. Nuestra profesora nos manda algunas veces deberes para hacer en casa. De todos ellos, hay uno en particular que me encanta. Nos pide que hagamos dibujos. Cada día de una cosa distinta.

El último que he hecho ha sido de mi familia. Pero no de los que vivimos en casa, mamá, papá y mi hermana. También del resto de la familia. “De la más cercana”, nos dijo la profesora. Se lo pregunté a mamá cuando vino a recogerme al salir de clase y en seguida me dijo que no me preocupara. Que sería muy sencillo para mí.

Empecé a dibujar con mamá delante, colocando cada parte de los familiares por su lado. En principio había pensado que debía poner a todos mis primos junto a mí, ya que son con quienes suelo jugar cada vez que nos vemos. Pero mamá me recomendó que lo mejor que podría hacer sería colocarlos uno a uno junto a sus papás y a cada uno de los papás por debajo de mis abuelos.

Después de escuchar esto me puse a pintar. Creo que acabé usando casi todos los colores que había en mi estuche. Intenté hacer lo más parecido posible a cada uno de la familia, aunque estoy convencido de que se me olvidaría algún detalle. Incluso puede que me equivocara y no se parecieran algún dibujo y su personaje en la realidad.

Lo más curioso de todo es que, una semana después de hacerlo, se celebró en mi casa el tercer cumpleaños de mi hermana. Todos los que salimos en el dibujo comentado comimos en la terraza a la vez. Bueno, todos comimos pero sólo los primos mayores y los dos pequeñajos jugamos. Como siempre. Entre nosotros. Sin hacer apenas caso a los papás. No por nada más que por lo que una ocasión como aquella significaba para nosotros. Eso sí, tampoco jugamos todos juntos. Yo me pasé prácticamente todo el rato con los dos mayores.

Mi prima y mi primo mayor no son primos entre sí, pero se entienden de sobra. Los dos son mucho más grandes que yo, físicamente hablando. Por eso siempre intento sacar algún juego concreto que no tenga nada que ver con el tamaño ni la fuerza y en el que si se practique la inteligencia. Cada uno a su nivel, pero todos en el mismo círculo.

Sin embargo con los enanos la cosa es diferente. No estoy habitualmente con ellos. Más que nada porque con mi hermana juego mucho casi todos los días, pero sobre todo porque sus juegos son diferentes. Siempre me ha hecho gracia ver cómo se imitan los dos, repitiendo cada uno al momento lo que ve hacer al otro. Tan pronto lloran cuando se hacen pupa en mitad de sus correrías como se parten de risa el uno con el otro ante los juegos más simplones.

Lo mejor de todo es que, según dicen mis papás, al parecer cuando el primo mayor y yo teníamos su edad estábamos todo el día igual, líados con las cosas más triviales. Lo que es la casualidad.

Como anécdota graciosa, confieso que aquel día de cumpleaños me acosté por la noche agotado, pero con una nueva expresión aprendida. Sabía ya de sobra lo que eran los árboles pero no había escuchado nunca la palabra genealógico. Oí esa expresión varias veces durante la jornada a casi todos los mayores. No comprendí por entonces, pero me gustó ver sus gestos cariñosos.

Papá me explicó su significado en la cama, justo antes de darme su beso de buenas noches. En ese mismo instante supe porqué mamá me había recomendado la ubicación concreta de cada uno de mis primos en el dibujo que hice para el colegio.

P.D.: Muchas gracias por tu permiso.

¿Reluce todo el oro?

Tal vez sea el momento de proponérselo, piensa Nuria. Los dos se encuentran más cerca de los treinta y cinco que de los treinta. Llevan casi cuatro años juntos. Ambos tienen una situación económica y profesional muy dichosa. Apenas quedan cosas nuevas por hacer. Apenas hay excusas que poner para no acceder al siguiente estadio.

Para dar pomposidad al asunto, Nuria decide reservar una mesa en el restaurante preferido de los dos. El ambiente es cálido, romántico, poco menos que solemne para las ocasiones más especiales.

En el instante en que entran en la sala, ella considera que tal vez lo mejor sería romper los preámbulos habituales e ir al grano. Para ello, nada más sentarse, comienza a respirar dentro de la mayor calma posible, con firmeza y total decisión.

Les entregan de inmediato esa carta que conocen de pe a pa. Para complementar a la brandada de bacalao inicial, ella encarga el sencillo steak tartar de atún y Rafa su clásico churrasco a la pimienta. Después charlan brevemente sobre el vino con el maître, lo que implica finalmente la aparición de un crianza de Vega Sicilia, desconocido para ellos hasta entonces.

Como es habitual, el vino es servido poco después. Rafa dispensa el tradicional momento de degustación, confiando en su reputada fama. Justo después del brindis rutinario, Nuria se arma de valor y empieza a hablar de aquello que lleva semanas merodeando por su cabeza.

-Rafa, quiero hablarte de algo. Algo que llevo cierto tiempo sopesando y que prefiero no callar más.

-Tú dirás –contesta él, con cara colindante entre el morbo y el misterio.

-Quiero ser madre. Quiero que tengamos un hijo y me gustaría que nos pusiéramos a buscarlo en breve –suelta Nuria, liberándose del nerviosismo distintivo que se había apoderado de ella varios minutos atrás.

-Y yo también lo quiero –responde Rafa, encantado de la vida.

No era la primera vez que hablaban de la paternidad, debido sobre todo a las experiencias que habían vivido recientemente sus familiares y amigos. Sin embargo nunca antes se lo habían propuesto. Ni tan siquiera en broma.

-Pero hay algo que quiero pedirte. Y de verdad espero que me entiendas –dice Nuria, retomando la conversación.

-Lo que tú quieras –confirma él, dominado por el curioseo.

-Nos conocemos desde hace tiempo. Llevamos una buena relación. Mejor dicho, muy buena. Sana, equilibrada, cariñosa,… Estoy muy contenta contigo. No tengo queja alguna de ti.

-Menos mal –reconoce Rafa-. Aunque no te entiendo del todo.

-Quiero… Bueno, más bien necesito saber con certeza que tu salud sexual es tan fuerte como lo es en el resto de temas. Tan sana como la mía –afirma ella, de forma concluyente.

Sin formular explícitamente ninguna pregunta, Nuria percibe un gesto desconocido en Rafa, a caballo entre la incredulidad y la mofa. Con motivo de su proposición, los dos pasan de estar a gusto en un agradable entorno a verse inmersos en el más sepulcral de sus silencios vividos hasta la fecha.

Pero ella siente que no ha errado con su postulado. Sobre todo porque acaba de saber que su mejor amiga padece un desagradable herpes genital, con las consiguientes secuelas físicas y emocionales. Nuria nunca se había notado nada, pero después de recibir la noticia el mes pasado se había obsesionado al respecto, llegando incluso a sentir extrañas sensaciones. De esta forma no se le ocurrió nada mejor que someterse a diversas pruebas de manera inmediata, pagando por lo privado. Por suerte, le habían dado el deseado negativo en su informe.

Por el contrario, de Rafa sabía bien poco al respecto. Al principio de su relación él le confesó que se había acostado con varias mujeres con anterioridad, sin aportar mayor detalle al respecto. Ella optó desde el minuto cero por llevar la omisión siempre consigo y se olvidó del asunto, sin novedad en el frente hasta el triste día en que su querida amiga le contó lo que estaba soportando. Como producto de un fastidioso azar, este suceso no había elegido un momento peor para ella que la firme determinación que ya había adoptado en relación a su deseado primer embarazo y la maternidad que ello conllevaría.

El hecho de formular en esta historia las preguntas usuales de mis artículos pasa por un camino muy próximo a la indiscreción y a la malicia más común. Pero como siempre ha sido costumbre para mi, este criterio no se alimenta en absoluto de ninguna de ellas. Por un lado me parece más que interesante valorar la forma en que Nuria acomete semejante propuesta, segura y arriesgada a partes iguales, por supuesto en distintos ámbitos. Pero sobre todo se me antoja determinante la forma oscura e intrincada de afrontar una situación como esa por parte de Rafa, buena persona en general y aparentemente sin mácula en su relación con el sexo opuesto.

Magnetismo de hierro. Realidad con doble erre

imanes de nevera

¿Y tú pensabas que el cambio de la nevera tan solo supondría tener que limpiar alguna que otra tonelada de polvo? ¿Por qué dices eso? Es complejo, pero a la vez muy sencillo.

Por suerte, la renovación de electrodomésticos no es una compra cotidiana a nivel doméstico. Una vez extraídos todos los alimentos, justo al mover el frigorífico con objeto de  limpiar el espacio que ocupa, te percatas de algo novedoso. Crees, o más bien parece, que ya se encuentra totalmente vacío pero de momento sigue conteniendo algo concreto. Y no son unos bienes de cualquier clase. A pesar de que siempre han vivido en la nevera, no forman parte de la comida. Pero sí de tu vida. Aunque a distinto nivel, también contienen alimentación. Solo que esos víveres se mueven en el ámbito emocional.

Se trata de tus imanes.

Una gran mayoría de ellos se debe en buena parte a los viajes que has hecho en los últimos años. Grandes ciudades modernas o pequeños pueblos pintorescos. Preciosos paisajes o imágenes de lo más casposo. Tanto da.

El caso es que, en medio del cuidadoso proceso que acometes después de decidir despegarlos de la puerta, se te empiezan a presentar pequeños retazos de cada lugar a modo de rápido recordatorio. Unos son buenos y otros malos. Unos excelentes y otros pésimos. Pero lo que más te llama la atención es el hecho de que vivan algunos de ellos en tu cocina, en particular los malos, cuando en realidad sus experiencias vacacionales no te parecieron recomendables o directamente porque guardas malos recuerdos por alguna que otra cuestión.

Siguiendo con esta tónica comienzas a plantearte preguntas extrañas, poco menos que estrafalarias.

Además de los lugares turísticos, tienes otros imanes que anuncian, exponen, recuerdan o recomiendan consejos, advertencias, sugerencias u otras controversias. Éstos, ya sean mejores o peores, te gustan más. Mucho más. Ya tengan sentido positivo o negativo, se asemejan bastante más a la vida real que a la más bonita de las playas o al alojamiento más fastuoso disfrutado durante años. Simplemente no hay comparación entre los imanes de un tipo y los del otro, con independencia de que formen parte de cuestiones un tanto frívolas o de situaciones poco menos que determinantes.

Como fase siguiente, dentro de la extravagante visión que se ha apoderado de ti, comienzas a hacerte algunas preguntas correspondientes. ¿Pondrías, si lo hubiera, un imán con un coche en pleno examen de conducir mientras comete alguna torpeza proverbial? ¿O tal vez colocarías una imagen de un plató de televisión al terminar la grabación, con algo de pena y apenas sin gloria?

Aunque dicho esto, también parece claro que otro imán debería tener un aire al bebé recién nacido, en brazos de su madre. Tal vez otro pudiera portar la foto de una cabeza, mientras sostiene la deseada orla. O incluso una con relación detallada del excelso menú elegido para un evento especial, diferente a los de un día cualquiera.

Puede que unos te alegren y otros te entristezcan. Incluso algunos podrían sonrojarte de vergüenza y otros hacerte llorar debido a la más sincera emoción. Pero en todo caso pasarías a tener otro tipo de imagen, como si fuera un antídoto contra la marcada tendencia que tienes encaminada a mostrar o hacer ver tan solo aquello que aparentemente te salió a pedir de boca.

P.D.: Esto no es meramente algo personal. Hay cosas que tienen que ver conmigo y otras que apenas se parecen a mí. Tan solo se trata de un intento de realizar un ejercicio interesante, emocionante, excepcional a mi juicio. Concretamente hablo de utilizar la segunda persona de singular a la hora de narrar. Pero tranquilos, no os emocionéis conmigo. No soy tan original. No me queda más remedio que confesar que esta rareza que practico ocasionalmente no ha salido de mi cabecita. La he heredado de Paul Auster. Además de sus maravillosas novelas (El libro de las ilusiones, Brooklyn Follies y otras tantas) hace poco leí Diario de invierno, magnífico libro autobiográfico de este extraordinario novelista neoyorquino donde practica de forma ejemplar el uso de ese estilo.