La perversión de la plaza

Pobres pequeños. Pero también ¡pobres mayores!

Blog 23

Había salido tarde de casa. En seguida asumió que, salvo que encontrara alguna plaza muy próxima a la estación, con toda probabilidad perdería el tren que cogía a diario. Fue este el motivo que propició que Ángela hiciera algo inusual. Decidió probar suerte y accedió al aparcamiento aledaño.

Desafortunadamente pudo apreciar que alguien acababa de entrar unos segundos antes, buscando lo mismo que ella. Un pequeño utilitario estaba aparcando en la zona más cercana a la puerta de entrada. Lamentando su mala suerte, Ángela continuó el camino. Pero justo cuando iba a salir a la calle, un ruido extraño le llamó poderosamente la atención. Le sorprendió enormemente que aquel Renault Twingo antiguo saliera pitando del aparcamiento detrás de ella. Aunque esto no fue lo que más curiosidad le produjo. Al volante de ese coche pequeño Ángela vio a una mujer algo más joven que ella. Lo más chocante fueron los gestos y exabruptos empleados por aquella chica, a modo de enérgico improperio hacia algún varón indeterminado.

Unos minutos después, tras aparcar el coche, Ángela se dirigió a paso ligero hasta la entrada de la estación. Nuevamente se encontraba aparcando otro coche en la enigmática plaza de la discordia. De inmediato pasó de nuevo junto al mismo furgón viejo, medio destartalado que había tenido el desencuentro con aquel Twingo. Aunque paradójicamente no se veía a ningún conductor. O siendo más concretos, no se veía a nadie sentado en el asiento del conductor. Lo que sí se apreciaba claramente era a una persona sentada en el lugar del acompañante. Con gesto desabrido, aquel tipo huraño no hizo nada por ocultar su atención por Ángela. Pero no era el mismo interés que ocasionalmente le mostraban algunos los hombres. Era una atención desmedida. Una tendencia tan exagerada que parecía caminar al borde de una lascivia cuando menos repelente.

En el aparcamiento contiguo había aparcado un todo terreno de gran tamaño. Poco antes de pasar Ángela por alli, el conductor cerró su puerta con firmeza. Ella se acercó ligeramente a él.

-Perdona que te moleste -dijo Ángela educadamente-, es que en el coche que hay junto al tuyo he visto un gesto raro de narices.

-¿A quién te refieres?

-Al señor de la furgoneta. Me ha dado asco tan solo con su mirada.

-Suele pasar -terció el caballero, quitando hierro al asunto-. Entremos juntos a la estación, no vaya a ser que quiera hacerte algo raro.

Ángela llegó a su oficina con un ligero retraso. A media mañana, mientras tomaba el café pertinente, echó unas cuantas risas junto a sus compañeras y amigas de la oficina al tiempo que narraba la percepción de lo visto a primera hora.

A la mañana siguiente Ángela también se levantó de la cama con la hora pegada. Al arrancar el coche barajó al instante cual de las dos opciones sería la más acertada. Su trabajo no era controlado de forma directa en lo referente al momento preciso en el que comenzar a desarrollarlo, pero siempre había preferido ser de las primeras en llegar. Este hecho propició que Ángela se arriesgara nuevamente a introducir el coche y echar un vistazo en la zona más próxima a la entrada. En la zona en la que presenció aquella escena insólita veinticuatro horas atrás.

Una vez dentro del aparcamiento Ángela se sorprendió al comprobar que, igual que ayer, una plaza se encontraba vacante. Una plaza cercana a la entrada. La misma plaza que el día anterior. Ángela aparcó en un santiamén. A un lado se hallaba la parada de autobús. Al otro se encontraba una furgoneta. Otra furgoneta de distinto color pero igual de deteriorada que la de la jornada anterior. Qué casualidad, pensó Ángela nada más echar el freno de mano. Pero no se trataba de una buena ventura precisamente. Justo cuando iba a abandonar el coche corroboró de primera mano el porqué de la encolerizada estampida protagonizada por la chica el día anterior.

-¡Puto cerdo! -soltó Ángela, completamente asqueada tras contemplar cómo aquel sujeto eyaculaba todo su esperma sobre el cristal de la puerta del copiloto.

Ángela llegó a la oficina sobresaltada. Poco a poco fue calmándose, asumiendo que pese a haber sido un incidente más que desagradable, ella no había sido la causante del mismo. A buen seguro hubiera ocurrido exactamente con cualquier otra mujer aparcando dentro de esa misma plaza.

Era viernes. Ángela volvió a casa cerca de las seis de la tarde, un poco antes de la hora habitual a la que regresaba de lunes a jueves. Su marido había retornado del trabajo un par de horas antes. Generalmente, los viernes por la tarde siempre se lo encontraba sentado frente al ordenador, tomando un café mientras deambulaba de unas páginas web a otras sin mayor afán.

-¿Qué tal cariño?

-No sabes lo que me ha pasado esta mañana…

-¿El qué? -preguntó Gustavo.

-Pues que al salir del coche para coger el tren me he tropezado con un tío repugnante.

-¿Repugnante? ¿En qué sentido?

Gustavo estaba sintiendo una curiosidad un tanto malsana. Se sentía mal por ver cómo su mujer se manifestaba en un tono y con unas formas que nunca le había visto en los diez años que llevaban como pareja. Pero por otro lado estaba experimentando algo novedoso. Un morbo lo suficientemente corrosivo como para sentir cierta repugnancia hacia sí mismo.

-¿Qué en qué sentido? Pues que se ha hecho una paja y se ha corrido encima del cristal de mi ventana.

-¡No jodas! Qué asco -dijo Gustavo, intentando calmar los ánimos de su esposa.

-Sí. De verdad que… no he tenido miedo. No ha ido a por mí, pero es que me ha dado una grima verle…

Como solían hacer todos los viernes por la tarde, Ángela y Gustavo fueron a hacer la compra. Los viernes acudían habitualmente al supermercado más cercano a su barrio. Cuando fueron a entrar al aparcamiento, ambos quedaron bastante sorprendidos. Había un coche de policía aparcado en la entrada al garaje, por lo que la puerta del parking del local comercial se encontraba cortada. Gustavo aparcó a cien metros. Dado que el garaje no estaba disponible, debían acceder al supermercado por la entrada peatonal ubicada en la calle principal. Y eso significaba que necesariamente deberían pasar junto al bullicio que casualmente se había organizado allí.

A unos pasos del gentío, Ángela sufrió un nuevo sobresalto. Nuevo, pero a la par conocido. Sólo se veía un coche de policía, pero se encontraban en medio del tumulto varios funcionarios de este cuerpo, con sus respectivas motos paradas a pocos metros del meollo. Pero no fue la policía quién provocó que la sensación desagradable del día se repitiera nuevamente. Uno de ellos sujetaba con su mano el brazo de un hombre. Pero no de cualquier hombre. Era el mismo tipo obsceno que a primera hora del día le había ocasionado una de las experiencias más repulsivas de su vida, masturbándose delante de ella con toda la impudicia que fue capaz de generar.

De repente Ángela se percató de algo en lo que hasta entonces no había reparado. Junto al resto de funcionarios del cuerpo se encontraba la vecina Mercedes junto a su hija. Un segundo después de verlas juntas Ángela comprendió todo en un periquete. Pese a que también era policía, Mercedes iba vestida de calle. Y, Martina, su hija pequeña de diez años, se encontraba junto a ella llorando desconsoladamente.

-¿Ves? -soltó Ángela a su marido-. Ese es el puto quinqui al que he visto esta mañana.

Menos mal que ya es de noche, pensó Gustavo, disimulando el color rosa de sus mejillas producto de la vergüenza que acababa de sentir.

P.D.: Dedicado a mi querida aicp4444. Cualquier parecido con la realidad, mera coincidencia.

La caja de las… ¿sorpresas?

 

Al trastero no bajamos muy a menudo. En ocasiones, mientras nos volvemos locos tratando de encontrar algo en concreto, nos chocamos con objetos especiales. Pequeñas reliquias del pasado.

Paso a continuación a relataros mis impresiones, causadas de inmediato mientras las abría y echaba un vistazo con todo el cariño.

Primero comenzaré, dentro de la música en inglés, con los que menos tiempo pasaron dentro de la pletina. Bueno, para ser más exactos, hubo dos que no llegaron ni tan siquiera a meterse dentro de ella.

El que sigue dentro de este paquete de grupos a los que no hice ningún caso fue Bell Book & Candle.

Creo recordar que se estuvo escuchando algún tema suyo durante una temporada en las principales cadenas de radio pop comercial para jóvenes. Tal vez la puse alguna ocasión, pero sin duda fue otra cinta que nunca llegué a escuchar de principio a fin.

Lo confieso. Su mítica Don´t you (forget about me) colocó al comienzo de mi adolescencia a Simple Minds a tal nivel que les idolatré desde entonces sin haber oído más que los temas más trillados. Aún así, reconozco que sería un disco que me apetecería escuchar alguna vez.

Ahora voy a continuar con el resto.

Saltó a la fama, mucho antes de aficionarme yo a cualquier música (incluso antes de yo nacer) como integrante de la mítica banda Genesis. Yo tan solo le seguí en solitario. Bajo mi modesta impresión, su pop a veces resultaba algo común, pero tampoco fui capaz de valorar únicamente su música desde un punto de vista objetivo. Tanto fue así que, en los discos que preparé junto a mi mujer para nuestra boda, como música de ambiente y regalo para invitados, incluimos la estupenda I wish it would rain down.

Me encantaba su cadencia, tanto en el pop que asemejaba al rock blando como en sus estupendas baladas. Además de cantar, su afición a la batería la continuó practicando décadas después de su comienzo en la banda. Para quien quiera darme la razón o rebatir lo que acabo de contar, recomiendo escuchar un temazo tremendo: In the air tonight.

The Cranberries salieron a la luz en nuestro país aproximadamente en el año noventa y tres. Al margen de los temas más conocidos, me atrajo desde el primer momento su estilo irlandés inconfundible, tanto en rock potente como en baladas lentas y sensibles.

Los recopilatorios por estilo o película suelen ser muy curiosos. Tan pronto escuchas un temazo que no esperabas oir como te toca tragarte una canción infumable de un grupo a quién directamente no soportas. Esa fue la sensación que siempre tuve de esta cinta de baladas de rock. A veces cara, a veces cruz.

Los árboles a menudo nos impiden ver el bosque. A veces la elegancia y el estilo con el que se mueven ciertos artistas nos generan clichés que impiden prestar el cuidado necesario para valorar su trabajo. Recomiendo escuchar con atención su estupenda mezcla de pop-soul-funk. Para quién le apetezca, confieso que mi preferida entre sus canciones fue The real thing.

Bueno… Las fiestas del instituto tenían lugar en una discoteca por la tarde. Un viernes de cada trimestre dejaron algún que otro poso difícil de digerir, en lo referente a lo musical me refiero. Con seguridad, en la actualidad no me interesaría algo así ni por asomo. Ni aunque me lo regalaran. Por supuesto no recuerdo cuanto me costó. El precio caro o barato de cada uno de nuestros discos comprados es muy relativo, en función no sólo de cuanto te costó, sino sobre todo de lo que disfrutaste escuchándolo.

En sus comienzos parecía que sólo se movían en un rock interesante, diferente al normal de aquella época. Pero este disco, que adquirí en mil novecientos noventa y siete, además de su rock habitual, tenía canciones diferentes, que te sonaban y encajaban hasta dejarte envuelto por una especie de susurro más que sugerente. Como anécdota, mi mujer ya había mostrado su interés por este disco, antes de conocernos.

Hubo pocas, muy pocas, canciones de este disco que no me engancharan de inmediato. Distintos sonidos, diferentes estilos pero siempre con una armonía, delicadeza y pasión que justificaban con creces su fama. Me hizo entender de inmediato el porqué de la leyenda que se habían creado hace ya dos décadas.

Sugiero seriamente escuchar el disco entero. El placer aparece de muchas formas y con distintas caras, pero este es diferente. Sólo hay que comenzar a oir y cerrar los ojos.

Apenas seguí la serie. Si no recuerdo mal, la emitía Telecinco (que nunca fue santo de mi devoción). Tratando de narrar la vida real dentro del día a día en el trabajo, su sentido del humor era tan corrosivo que en parte eso fue lo que me llevó a prestar mucha más atención a su música que a las tramas de la serie en sí. Como recuerdo final mencionar las inclasificables escenas que se veían cada capítulo en relación a los protagonistas y su efervescencia particular.

The Police me sonaban. Poco pero algo.

Pero de Paul Simon y Art Garfunkel ni tan siquiera conocía su nombre. Nos lo recomendó Delfos, nuestro profesor de Sociales en octavo de EGB. Tras uno de los clásicos anuncios de colecciones musicales a comienzos de un mes de septiembre, compré su disco en el kiosko. Nada más escucharlo me hechizó de manera total y absoluta. Era el comienzo de mi adolescencia. Además del deleite causado, me confirmó que también te podía apasionar la música de autor, de protesta, la que no seguía el patrón establecido.

The Police también me encantó desde la primera vez que la escuché.

Creo que fue una compra difícil de explicar. Entre que se oían sus canciones en la radio a diario y que yo las escuchaba todos los fines de semana, mientras frecuentaba los bares de copas (con cerveza o cubata en mano), un día decidí comprar esta cinta. No sé. De todas las que llevo comentadas, sin duda esta es la que representa con mayor precisión el tipo de música que más detesto en la actualidad. Tal vez se debiera a que, antes de cumplir los veinte, o te comportas y te gusta exactamente lo mismo que a la mayoría, o estás abocado al fracaso y a que te tilden de bicho raro. En fin…

¡Venga! Más integrantes de la radiofórmula. Si en la actualidad tuviera alguien cerca, o más bien viviera junto a alguien a quien le apasionara un género tan inclasificable como éste, necesitaría más que un milagro para contener mis brotes más corrosivos.

Al margen de esto, me vienen a la cabeza dos cosas relacionadas con los Take That. Una buena y otra mala. Comenzaré por la última. La peor etapa de mi vida se dio en un contexto donde, frente a mí ácida opinión musical se encontraba el entusiasmo casi fanático de una persona para quien este grupo le resultaba poco menos que determinante. Al menos me queda el consuelo de que, si no hubiese pasado por lo que pasé, no estaría ahora contando este infausto recuerdo. El lado bueno de ellos para mí es la figura de Robbie Williams. Siendo uno de los cinco integrantes en su inicio, en la práctica fue el único que tuvo un éxito tremendo a nivel mundial una vez comenzada su etapa en solitario. Justo el año que me pasó lo comentado en el lado malo de esta nota, me compré un estupendo ensayo llamado Historia trágica del Rock. Uno de los capítulos que más me flipó fue la durísima competencia que tuvo en el ámbito musical entre la segunda mitad de la década de los noventa y la primera de la pasada. Vivir acompañado en el tiempo, y maltratado psicológicamente, por los inclasificables hermanos Gallagher, del grupo Oasis, debió ser un hueso muy duro de roer.

Este mítico grupo comenzó a crear su leyenda a finales de la década de los setenta, creo que justo en el año que yo nací. Yo me aficioné a su música a comienzos de los noventa. Pero lo más curioso fue comprobar que, los tres discos más antiguos (Boy, October y War) a mi juicio no tienen mucho que ver con los que publicaron cuando yo empecé a seguirlos en los noventa (Achtung Baby, Zooropa y Pop). Para mí, los primeros fueron una auténtica maravilla, producto del ímpetu y la pasión con la que comienzan una aventura un grupo de imberbes con ganas de comerse el mundo.

En la segunda mitad de los ochenta comenzaron a practicar un pop-rock más común, que llegara a todas las masas. A comienzos del siglo retomaron sus raíces con un disco que me reenganchó ligeramente. Algunos temazos me encandilaron de manera inversamente proporcional al desinterés que comenzaron a provocarme las agobiantes aglomeraciones que se generaban en cada uno de sus conciertos. En este sentido, nunca olvidaré el esfuerzo que hizo mi mujer, un día de febrero de dos mil cinco, esperando horas y horas con el fin de adquirir entradas para el concierto que tenían previsto dar en Madrid durante ese año. Después de casi diez horas echando el día en la cola, colgaron el cartel de Sold out cuando ella se encontraba relativamente cerca de conseguir las ansiadas entradas. 

Podría recomendar muchísimas canciones suyas, pero me voy a quedar con una que tiene algo de particular. Walk on, de All that you can´t leave behind aparece en Youtube con un vídeo que no debería llamarse como tal, pero para mi gusto es un temazo estupendo.

Hasta aquí las cintas en inglés. Paso ahora a hacer lo mismo, pero con las de grupos españoles o que cantaban en nuestro idioma.

Pese a aquello en lo que se convirtieron después (producto de su éxito), a mi juicio el primer disco de La Oreja de Van Gogh portaba algo nuevo. Ritmos frescos acompañados de letras más que originales. Fue una pena que posteriormente se transformaran en su propia bis comercial.

Escuché a Tontxu por primera vez en la dichosa radiofórmula. Sus discos eran una mezcla de estilo cantautor-protesta y pop ligero, con talento de sobra en todo caso. Reconozco que, al margen de su buena música, para mí ha quedado de él un residuo amargo. No recuerdo bien cuando pero una noche, mientras cambiaba de canal sin prestar atención a nada, vi que había entrado a formar parte del maldito mundo de la telebasura, como protagonista integrante de uno de esos colectivos de famosetes que se nominaban (y puteaban) unos a otros en el asqueroso Gran Hermano Vip. O tal vez fuera otro programa, pero en todo caso era de ese tipo de telerrealidad. Ni que decir tiene que a él también se le escuchaba en plena conspiración contra dios sabe quién.

Bueno, en todo caso, me quedaré con las estupendas letras que llevaban sus canciones.

Estupendo disco de un grupo que, a mi entender, pasó más desapercibido de lo que la calidad de su música se habría merecido. Se trataba de una especie de pop-country proveniente de Galicia. Recomiendo escuchar uno de sus principales temas, Ferrol.

Otro caso de esos en los que los datos accesorios nos hacer prejuzgar la música en sí. Los vídeos de Ella baila sola no son ninguna maravilla, pero eso no es lo verdaderamente relevante dentro de la música. Letras más que interesantes sobre diferentes temas, acompañadas de ritmos limpios en todos los sentidos.

En Los Secretos se pueden apreciar unas preciosas letras ambientando una sempiterna melancolía. Canciones más que interesantes de un grupo comandado por dos hermanos.

A finales del siglo pasado, uno de ellos decidió abandonar definitivamente el más común de los sentidos debido a su enorme adicción a las drogas. Pese al colmo de la estupidez humana, recomiendo su música.

Pop-rock clásico de un grupo balear que, para mi gusto, pasó de puntillas durante la década de los noventa. Nunca más volví a escuchar otro disco de La Granja.

Este es el típico caso del pequeño oasis dentro del desierto, pero en sentido contrario.

Tan solo me quedo con una cosa de su disco. El título es excelente: El ser humano es raro. Los caminos del Señor son inescrutables…

Después de llamarse Los Rápidos y Los Burros, dos notables artistas dieron forma a un grupo magnífico a mitad de los ochenta. Creo que todos los discos de El Último de la Fila son admirables, pero reconozco que, además de este, sólo compré en CD (y por tanto sólo conozco bien) su excelente Astronomía razonable.

Lo confieso. De primeras, Héroes del Silencio me causaron una impresión más enigmática que de costumbre. Agradezco sinceramente a mi amigo Juanra, por prestarme todos sus discos. Posteriormente me compré los cuatro, por supuesto de uno en uno.

Como detalle confieso algo curioso. Según tengo entendido, los dos álbumes que más triunfaron en fama y taquilla fueron el segundo y el tercero, Senderos de traición El espíritu del vino. Casualmente, los que más me gustaron una vez adquiridos fueron los otros dos, el primero y el último.

También los conocí a través de la radiofórmula. Bueno… digamos que me interesaron bastante más de primeras. No les he seguido nada desde el comienzo de siglo.

A veces se lo reprocho. Unas sólo medio en broma y otras una pizca en serio. Que más hubiera querido yo que a mi querida esposa le hubiese interesado algo más la vida y milagros del grupo creado por Carlos Goñi hace casi treinta años. La vida y milagros en sentido metafórico, claro está.

Me atraparon desde el primer momento que los oí, no sólo en cuanto a la música, sino sobre todo gracias a las maravillosas historias que contaba antes de comenzar cada una de sus canciones. Miserias e ilusiones, pobreza y derroche, abandono y ayuda. Amor y desilusión. Toda clase de situaciones por las que cada uno de nosotros podemos pasar, si es que no lo hubiéramos pasado (o estuviéramos pasando) ya.

En los últimos años le he perdido ligeramente el rastro, pero cada vez que escucho su música me sigue tocando la fibra. Creo sinceramente que eso jamás cambiará.

Nunca olvidaré un concierto que vi en en año mil novecientos noventa y cuatro. Dentro de las fiestas de una parte de mi pueblo, Revolver actuó. Nunca olvidaré su manera de engarzar una historia contada por él con la siguiente canción que se disponía a cantar. Así una y otra vez. Así durante todo el evento. Supuso un auténtico placer para mí.

El pop de comienzos-mediados de los ochenta, pero llevado a un grado comercial puro. No sé. Reconozco que fui aficionado suyo. De primeras me causaron una cierta inclinación. Pero ahora cuando salen en la tele de pascuas a ramos (habitualmente en los malditos programas de fiesta de cada Nochevieja), me flagelo a mi mismo preguntándome cómo demonios consiguieron mantener mi atención e interés durante unos cuantos años.

He visto a Mikel Erentxun en cuatro ocasiones. Bueno, quien dice «he visto» también puede «querer decir» me he encontrado cerca de él. Es decir, me he visto cerca de él fuera de sus conciertos en dos ocasiones.

La primera fue en el verano de 2004. Estábamos de vacaciones en Viella (o Vielha, en aranés), paseando. Acabábamos de llegar al alojamiento y salimos a reconocer el terreno después de haber subido las maletas a la habitación. Íbamos andando por una calle no muy transitada cuando le vimos andando desde lejos, en dirección hacia nosotros. Hablaba por el móvil. Es probable que, de no haber sido el caso, le hubiéramos pedido que posara un momento para tirarnos una foto junto a él. Nos reímos los dos, desde la discreción necesaria, objeto de una extraña mezcla de nervios, ilusión y recopilación de historias que contar. Aquello no estaba muy próximo a San Sebastián ni creo que durante esos días diera muchos conciertos por semejante comarca. Tal vez compartíamos una de nuestras principales aficiones, como es el disfrute de los pueblos de montaña en verano.

La segunda vez me lo encontré yo solo. Sin saberlo, coincidimos en un vuelo a Lanzarote. Una de las veces que acudí al servicio le vi. Estaba en sentado en la primera fila, por la zona vip. Me pregunté en ese momento si iría allí por algo relacionado con la música o por cualquier otra cuestión.

La dos veces en las que he acudido a conciertos suyos, no es que me haya defraudado, pero tampoco ha colmado enteramente mis expectativas. Simplemente no me ha seducido su manera de captar el interés de los seguidores. Evidentemente, cuando alguien paga una entrada para ver un concierto, lo normal es que haya como mínimo un cierto apego. Pero a mi modo de ver, sería más que recomendable que, además del clásico repertorio de canciones, hubiera algún que otro comentario adicional, por accesorio que fuera.

Más de una vez he pensado que, para refinar el gusto, algún año debería publicar sus álbumes con algo diferente a sus constantes fotos o imágenes propias. Sin embargo, es justo agradecerle algún que otro pro, sobre todo en la decoración de mi casa.

Como anécdota final, os comento algo de lo más curioso. Mi mujer y yo tenemos todos sus CDs. Conocemos al dedillo todos y cada uno de ellos, con una única excepción. Uno reciente que no hemos oído. Ni tan siquiera una vez. Su nombre es Corazones. 

P.D.1: Mi ignorancia tecnológica desconoce si, a día de hoy, sigue habiendo reproductores de casetes a la antigua usanza. Me encantaría volver a escuchar más de uno de los discos sobre los que acabo de escribir.

P.D.2: Sí. Puedo asegurar que oigo Spotify prácticamente todos los días.

P.D.3: ¿Seré capaz de publicar algún día un artículo semejante a éste, pero en relación a las cintas grabadas que tengo?

P.D.4: Mi amiga Olga me pidió que le hiciera un favor hace más de veinte años. Echar una mano a alguien a quien tienes tanto cariño con una asignatura que te apasiona no sólo no cuesta nada sino que además te supone un auténtico placer. Una vez cumplida la misión me obsequió por sorpresa con un regalo que nunca olvidaré. Piedras, de Duncan Dhu.

P.D.5: Acróbata. Nova. Concierto. Abisal. Naif.

First ¿qué?

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Reconozco que seguí con emoción la primera edición de Operación Triunfo. Supuso una gran novedad, en cuanto al formato y la aparente buena intención del concurso en sí, junto con la sabia instrucción del equipo docente. Dejo, como hago en ocasiones, la interpretación del adjetivo sabio a criterio de cada lector.

La segunda temporada también la seguí, pero con algo menos de interés. Comenzó pronto a aburrirme el simple hecho de que cada programa concluyera pasadas las doce de la noche, con la falta de sueño que eso conllevaba.

Con anterioridad al principio de Operación Triunfo había nacido en otra cadena (bastante más obsesionada en la audiencia que Televisión Española) el inclasificable Gran Hermano. Por desgracia, fue tal su impacto en nuestro país que ni mis compañeros de la universidad ni mi propia familia llegaron nunca a comprender porqué razón nunca llegué a prestar la menor atención a ninguno de sus programas, ya se trataran de la vida misma dentro de la casa o de los lamentables debates ideados para acrecentar el morbo bajo gritos e insultos, todos ellos condimentados con la polémica más zafia posible.

Sea lo que fuere, a primeros de la década pasada el mundo de la televisión comenzó a explotar hasta la saciedad a todo tipo de concursos trillados en los que, ya se tratara de un tema u otro, lo verdaderamente relevante eran las habituales nominaciones y las controversias más vulgares.

A las productoras a veces les surgía la ocurrencia de llevar a cualquier isla del Caribe a varios famosos venidos a menos. Otras, la brillante idea consistía en formar a jóvenes promesas para el absorbente mundo de la moda. Aunque para mí la más disparatada de todas consistió en poner a disposición de un hombre o una mujer al menos media docena de pretendientes, por supuesto dentro del mismo período, con objeto de que una sucia rivalidad evitara el bajón en picado de la venerada audiencia.

Casi siempre he tenido la inmensa fortuna de coincidir con mi mujer en su opinión acerca de este tipo de carnaza televisiva. Dicho esto, es ahora cuando me toca comenzar a explicar el objeto principal de este artículo. Y no es otro que First dates.

A primeros de este año comenzó a emitirse en el prime time de Cuatro un programa conducido por un peculiar presentador. Le vi por primera vez como actor en una serie española mejorable, emitida hace casi veinte años. En Al salir de clase, Carlos Sobera ocupaba un papel secundario. A primeros de la década pasada comenzó a presentar programas y concursos variados, en más de una cadena, en los que en todo caso hacía gala de un mordaz sentido del humor, proveniente de su tierra de origen. En este curioso programa, Sobera lleva la batuta de lo que transcurre en un local de grabación que asemeja a un restaurante moderno y urbano. Junto a varios camareros de papel más secundario cada día reciben a varias parejas, heterosexuales mayoritariamente, que aparentemente intervienen en el programa con el fin de conseguir pareja amorosa.

Analizando su continuidad en la programación, no hace falta ser detective para sospechar que además de la buena acogida inicial, a día de hoy goza de gran rating en su franja horaria.

Pero no es eso lo que más preguntas me ha generado desde que comencé a seguirlo. Por supuesto me llaman la atención muchas cosas mas. En ocasiones parece como si unieran parejas que supuestamente tuvieran gran probabilidad de sintonía. En otras, sientan en la misma mesa a personas cuya falta de similitud se palpa al instante. Se ven ciertas situaciones de forma recurrente que te llegan a plantear seriamente la duda de si por un casual se estará interpretando deliberadamente algún papel cómico, fantoche o burlón, por poner varios ejemplos.

También se ha dado otra circunstancia extraordinaria. Más de una vez han acudido a cita por segunda vez alguna que otra persona que no obtuvo el resultado esperado en su anterior presencia. Aunque, para dar algo más de morbo y sentido a la gala, también han vuelto a aparecer en escena parejas cuya conexión, feeling o directamente deseo sexual fueron imposibles de ocultar en su primera aparición en pantalla.

Con respecto al momento cumbre de cada cita, se sigue una secuencia claramente protocolaria. Todas las parejas entran en cámara a la vez, lejos de la mesa donde se generó el piscolabis previo, sin el adorno visual que comporta la decoración del supuesto restaurante. La voz en off, a modo de conclusión, pregunta directamente a uno de los dos protagonistas si, como continuación a lo iniciado en el programa, tendrá lugar una segunda cita entre ambos. Y es aquí donde comienza uno de las circunstancias más llamativas. Generalmente no se suelen producir grandes sorpresas. El sentimiento normalmente se ha manifestado previamente con la suficiente claridad. Lo que si me llama poderosamente la atención es la forma menos habitual que hay de rechazar una siguiente cita, con la sinceridad y asertividad más sanas. Digo esto porque, cuando alguien rehuye al otro en su elección, de forma corriente suele adoptar la tan manida opción de los malditos lugares comunes, eludiendo la honrada franqueza como manera de salir del paso. Muchas veces me he preguntado cual será el porcentaje real de parejas que efectivamente han mantenido algún tipo de contacto, pese a no que no llegara a consumarse el presumible objeto en cuestión.

Como remate de este artículo hago mención a las parejas que al final se aceptan mutuamente. Hay varios tipos de ellas. Unas se aprueban con mezcla de delicadeza y rubor. Otras se confirman sin apenas decir nada con frases claras, cargadas de vergüenza. Las hay que se conceden mutuamente la posibilidad de iniciar una mayor conexión a partir de lo que surja fuera del programa. Y por supuesto también las hay que aprovechan para manifestar sin rodeos su atracción sexual recíproca, con un beso en los labios que no deja lugar a dudas.

Con las opciones descritas dentro de este último párrafo, junto a otros tipos de síes que no he expuesto explícitamente, ¿con cual te quedarías? Dicho de otro modo, si tu fueras parte de la función, ¿cuál saldría de ti con mayor naturalidad?

¿Reluce todo el oro?

Tal vez sea el momento de proponérselo, piensa Nuria. Los dos se encuentran más cerca de los treinta y cinco que de los treinta. Llevan casi cuatro años juntos. Ambos tienen una situación económica y profesional muy dichosa. Apenas quedan cosas nuevas por hacer. Apenas hay excusas que poner para no acceder al siguiente estadio.

Para dar pomposidad al asunto, Nuria decide reservar una mesa en el restaurante preferido de los dos. El ambiente es cálido, romántico, poco menos que solemne para las ocasiones más especiales.

En el instante en que entran en la sala, ella considera que tal vez lo mejor sería romper los preámbulos habituales e ir al grano. Para ello, nada más sentarse, comienza a respirar dentro de la mayor calma posible, con firmeza y total decisión.

Les entregan de inmediato esa carta que conocen de pe a pa. Para complementar a la brandada de bacalao inicial, ella encarga el sencillo steak tartar de atún y Rafa su clásico churrasco a la pimienta. Después charlan brevemente sobre el vino con el maître, lo que implica finalmente la aparición de un crianza de Vega Sicilia, desconocido para ellos hasta entonces.

Como es habitual, el vino es servido poco después. Rafa dispensa el tradicional momento de degustación, confiando en su reputada fama. Justo después del brindis rutinario, Nuria se arma de valor y empieza a hablar de aquello que lleva semanas merodeando por su cabeza.

-Rafa, quiero hablarte de algo. Algo que llevo cierto tiempo sopesando y que prefiero no callar más.

-Tú dirás –contesta él, con cara colindante entre el morbo y el misterio.

-Quiero ser madre. Quiero que tengamos un hijo y me gustaría que nos pusiéramos a buscarlo en breve –suelta Nuria, liberándose del nerviosismo distintivo que se había apoderado de ella varios minutos atrás.

-Y yo también lo quiero –responde Rafa, encantado de la vida.

No era la primera vez que hablaban de la paternidad, debido sobre todo a las experiencias que habían vivido recientemente sus familiares y amigos. Sin embargo nunca antes se lo habían propuesto. Ni tan siquiera en broma.

-Pero hay algo que quiero pedirte. Y de verdad espero que me entiendas –dice Nuria, retomando la conversación.

-Lo que tú quieras –confirma él, dominado por el curioseo.

-Nos conocemos desde hace tiempo. Llevamos una buena relación. Mejor dicho, muy buena. Sana, equilibrada, cariñosa,… Estoy muy contenta contigo. No tengo queja alguna de ti.

-Menos mal –reconoce Rafa-. Aunque no te entiendo del todo.

-Quiero… Bueno, más bien necesito saber con certeza que tu salud sexual es tan fuerte como lo es en el resto de temas. Tan sana como la mía –afirma ella, de forma concluyente.

Sin formular explícitamente ninguna pregunta, Nuria percibe un gesto desconocido en Rafa, a caballo entre la incredulidad y la mofa. Con motivo de su proposición, los dos pasan de estar a gusto en un agradable entorno a verse inmersos en el más sepulcral de sus silencios vividos hasta la fecha.

Pero ella siente que no ha errado con su postulado. Sobre todo porque acaba de saber que su mejor amiga padece un desagradable herpes genital, con las consiguientes secuelas físicas y emocionales. Nuria nunca se había notado nada, pero después de recibir la noticia el mes pasado se había obsesionado al respecto, llegando incluso a sentir extrañas sensaciones. De esta forma no se le ocurrió nada mejor que someterse a diversas pruebas de manera inmediata, pagando por lo privado. Por suerte, le habían dado el deseado negativo en su informe.

Por el contrario, de Rafa sabía bien poco al respecto. Al principio de su relación él le confesó que se había acostado con varias mujeres con anterioridad, sin aportar mayor detalle al respecto. Ella optó desde el minuto cero por llevar la omisión siempre consigo y se olvidó del asunto, sin novedad en el frente hasta el triste día en que su querida amiga le contó lo que estaba soportando. Como producto de un fastidioso azar, este suceso no había elegido un momento peor para ella que la firme determinación que ya había adoptado en relación a su deseado primer embarazo y la maternidad que ello conllevaría.

El hecho de formular en esta historia las preguntas usuales de mis artículos pasa por un camino muy próximo a la indiscreción y a la malicia más común. Pero como siempre ha sido costumbre para mi, este criterio no se alimenta en absoluto de ninguna de ellas. Por un lado me parece más que interesante valorar la forma en que Nuria acomete semejante propuesta, segura y arriesgada a partes iguales, por supuesto en distintos ámbitos. Pero sobre todo se me antoja determinante la forma oscura e intrincada de afrontar una situación como esa por parte de Rafa, buena persona en general y aparentemente sin mácula en su relación con el sexo opuesto.

Magnetismo de hierro. Realidad con doble erre

imanes de nevera

¿Y tú pensabas que el cambio de la nevera tan solo supondría tener que limpiar alguna que otra tonelada de polvo? ¿Por qué dices eso? Es complejo, pero a la vez muy sencillo.

Por suerte, la renovación de electrodomésticos no es una compra cotidiana a nivel doméstico. Una vez extraídos todos los alimentos, justo al mover el frigorífico con objeto de  limpiar el espacio que ocupa, te percatas de algo novedoso. Crees, o más bien parece, que ya se encuentra totalmente vacío pero de momento sigue conteniendo algo concreto. Y no son unos bienes de cualquier clase. A pesar de que siempre han vivido en la nevera, no forman parte de la comida. Pero sí de tu vida. Aunque a distinto nivel, también contienen alimentación. Solo que esos víveres se mueven en el ámbito emocional.

Se trata de tus imanes.

Una gran mayoría de ellos se debe en buena parte a los viajes que has hecho en los últimos años. Grandes ciudades modernas o pequeños pueblos pintorescos. Preciosos paisajes o imágenes de lo más casposo. Tanto da.

El caso es que, en medio del cuidadoso proceso que acometes después de decidir despegarlos de la puerta, se te empiezan a presentar pequeños retazos de cada lugar a modo de rápido recordatorio. Unos son buenos y otros malos. Unos excelentes y otros pésimos. Pero lo que más te llama la atención es el hecho de que vivan algunos de ellos en tu cocina, en particular los malos, cuando en realidad sus experiencias vacacionales no te parecieron recomendables o directamente porque guardas malos recuerdos por alguna que otra cuestión.

Siguiendo con esta tónica comienzas a plantearte preguntas extrañas, poco menos que estrafalarias.

Además de los lugares turísticos, tienes otros imanes que anuncian, exponen, recuerdan o recomiendan consejos, advertencias, sugerencias u otras controversias. Éstos, ya sean mejores o peores, te gustan más. Mucho más. Ya tengan sentido positivo o negativo, se asemejan bastante más a la vida real que a la más bonita de las playas o al alojamiento más fastuoso disfrutado durante años. Simplemente no hay comparación entre los imanes de un tipo y los del otro, con independencia de que formen parte de cuestiones un tanto frívolas o de situaciones poco menos que determinantes.

Como fase siguiente, dentro de la extravagante visión que se ha apoderado de ti, comienzas a hacerte algunas preguntas correspondientes. ¿Pondrías, si lo hubiera, un imán con un coche en pleno examen de conducir mientras comete alguna torpeza proverbial? ¿O tal vez colocarías una imagen de un plató de televisión al terminar la grabación, con algo de pena y apenas sin gloria?

Aunque dicho esto, también parece claro que otro imán debería tener un aire al bebé recién nacido, en brazos de su madre. Tal vez otro pudiera portar la foto de una cabeza, mientras sostiene la deseada orla. O incluso una con relación detallada del excelso menú elegido para un evento especial, diferente a los de un día cualquiera.

Puede que unos te alegren y otros te entristezcan. Incluso algunos podrían sonrojarte de vergüenza y otros hacerte llorar debido a la más sincera emoción. Pero en todo caso pasarías a tener otro tipo de imagen, como si fuera un antídoto contra la marcada tendencia que tienes encaminada a mostrar o hacer ver tan solo aquello que aparentemente te salió a pedir de boca.

P.D.: Esto no es meramente algo personal. Hay cosas que tienen que ver conmigo y otras que apenas se parecen a mí. Tan solo se trata de un intento de realizar un ejercicio interesante, emocionante, excepcional a mi juicio. Concretamente hablo de utilizar la segunda persona de singular a la hora de narrar. Pero tranquilos, no os emocionéis conmigo. No soy tan original. No me queda más remedio que confesar que esta rareza que practico ocasionalmente no ha salido de mi cabecita. La he heredado de Paul Auster. Además de sus maravillosas novelas (El libro de las ilusiones, Brooklyn Follies y otras tantas) hace poco leí Diario de invierno, magnífico libro autobiográfico de este extraordinario novelista neoyorquino donde practica de forma ejemplar el uso de ese estilo.